Los ojos de la Princesa

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Miguel Aranguren @miguelarangurn
04 feb 2018 / 22:29 h - Actualizado: 04 feb 2018 / 22:29 h.

Un telediario es un resumen interesado de las últimas horas de España, con algunos pellizcos a lo que sucede en el resto del orbe. Ese interés lo ponen los editores, en fiel obediencia a su consejo de administración. De todos modos, basta un rápido barrido por los canales del televisor para ver que todos ofrecen, más o menos, lo mismo. Las ideologías clásicas apagaron los plomos y se prendió el espectáculo cansino de una España monocromática, monocorde y abusivamente sangrienta. El cromatismo del telediario es oscuro (del gris marengo del asunto catalán, al gris plomo del gobierno y del principal partido de la oposición; del amargo violeta podemita, al azabache de la crónica judicial; de los siena tostados de los datos macroeconómicos, al tierra oscuro de las ristras de sucesos. Y el rojo, mucho rojo arterial). Su sonoridad tampoco abandona una parecida uniformidad sombría. O bien nuestro país es un túnel insalubre como la Sevilla inventada y deleznable de La peste de Movistar; o el telediario no tiene cámaras, reporteros ni ganas de contar las cosas de otra manera y con otra perspectiva.

Lo he cavilado durante los días que han seguido al cincuenta cumpleaños del Rey y a la imposición del Toisón de Oro a la Princesa de Asturias, pues los telediarios se vieron obligados no sólo a dar la noticia sino a colocarla en el primer lugar de su escaleta. Y como ambos acontecimientos vinieron de la mano, los treinta minutos de noticias tuvieron, de pronto, otro color y otro tono. Los sinvergüenzas, traidores, corruptos, violadores, asesinos, maltratadores, quejicas y aprovechados, únicos protagonistas del desalentador serial, se vieron eclipsados por las miradas cómplices entre el monarca y su hija, por un discurso de un rey a su heredera cuajado de estímulos positivos, y por unos preciosos ojos infantiles en los que brillaban tradición, novedad y esperanza.