Los padres de Europa

Aunque el Premio Carlomagno lo designe como Padre de Europa, en realidad Europa es un prodigio de la naturaleza que ha tenido muchos padres

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15 may 2018 / 23:11 h - Actualizado: 15 may 2018 / 23:52 h.
"La última (historia)"
  • Retrato de Carlomagno por Cesare Cantù, 1858.
    Retrato de Carlomagno por Cesare Cantù, 1858.

En la entrega este año del Premio Carlomagno al presidente de la República Francesa, Enmanuel Macron, se ha vuelto a repetir que el galardón se instituyó recordando el nombre del Padre de Europa, el monarca de la dinastía que por él se llamaría carolingia pero, en realidad, no creo que el hijo de Pipino el Breve tuviera mucha idea de lo que era este continente ni de que quisiera conquistarlo; simplemente, igual que lo habían intentado otros muchos de otras muchas tierras, buscó la manera de recomponer el imperio romano y se encontró con circunstancias que favorecían ese objetivo.

Con la caída de Roma en manos de los bárbaros también quedó postrada la Iglesia romana surgida tras la adopción del cristianismo por el Imperio, una institución que aun no había configurado su sistema dogmático y que, por lo tanto, se debatía entre múltiples proposiciones teológicas (luego, a las desechadas se las llamaría herejías y con algunas de ellas se elaborarían, a su vez, las creencias coránicas) pero que, entonces, amenazaban con difuminar la extensión y el poder conseguidos.

En ayuda del cristianismo romano y de quienes, como Carlomagno, pretendían volver a levantar el imperio, vinieron, primero, el italiano Benito de Nursia fundando en el siglo VI los monasterios de monjes conocidos posteriormente como benedictinos y, más tarde, otro Benito –esta vez francés aunque Francia aun no existiera–: Benito de Aniano que dio a los monjes una estructura mucho más disciplinada.

Ellos sirvieron para unir de nuevo el poder político y el religioso con una nueva alianza en la que el monarca se presentaba como protector de la cristiandad y la religión (o, si se prefiere, el Papa) como cemento del reino al lograr la conversión de pueblos diversos. El abad Aniano hizo de la ciudad de Aquisgrán el centro del monacato y de la monarquía. Allí el Pontífice de Roma coronaría emperador a Carlos y desde allí comenzaría la recuperación intelectual de Centroeuropa con la instauración del Trivium (Gramática, Lógica y Retórica) y el Cuatrivium (Aritmética, Geometría, Música y Astronomía) como la enseñanza obligatoria en el nuevo imperio, una reforma en la que brillaron, sobre todo, el británico Alcuino de York y el hispano Teodulfo, obispo de Orleans.

El legado de Carlomagno fue más simbólico que real porque sus territorios no permanecieron unidos más allá de la muerte de su hijo. Sin embargo sus innovaciones (gracias, sobre todo, a la perseverancia de los benedictinos de las distintas ramas –cluniacenses, cistercienses...– que fueron naciendo desde el siglo VIII hasta el XII) abarcaron muchos campos de la sociedad. Además de que llevó a cabo en los terrenos de la cultura y la educación, destaca la realizada en el de la Economía. Se ha dicho alguna vez que el sistema monetario carolingio, basado en el número 12, es el antecedente del euro y que duró hasta el nacimiento del sistema decimal en la Revolución Francesa y, en Gran Bretaña, hasta hace sólo unos años. Eso es verdad pero esa reforma no se debió, como es de suponer, a los monjes sino que vino de otro lado, como explicó hace medio siglo el francés Pierre Vilar, en su libro Oro y moneda en la Historia.

Cuando se instalaron los Omeya en la Damasco helenística a la que se había mudado la Academia de Atenas (y en la que era obispo San Juan Damasceno), éstos crearon una sola moneda para sus territorios, el mancuso, copiándolo de la del imperio bizantino, el besante, que mantenía con las monedas menores (los dírhams, denarios o dineros) la proporción de 1 a 12 existente entre el oro y la plata.

Cuando los Abasíes iraquíes vencieron y aniquilaron a los Omeya sirios, Abderramán I llegó al sur de Hispania (donde su familia tenía desde mucho antes factorías en la costa y el interior) y recomenzó aquí a reestructurar el poder del apellido, lógicamente aquel sistema monetario fue una de las primeras cosas en ser instauradas y en aplicarse al comercio que, desde Málaga, Almuñécar o Almería, relacionaba Córdoba con todo el Mediterráneo, incluyendo puertos francos y de la península italiana.

Carlomagno, que empuñó el cetro imperial casi medio siglo después de la llegada de Abderramán, copió a su vez y lógicamente el sistema que, al contrario de su dinastía, permaneció durante muchos siglos e hizo contar por docenas a nuestros abuelos, y aun hoy a nosotros en algunas cosas como los huevos.

La moraleja de esta historia es que, aunque el Premio Carlomagno (instituido por los alemanes para dejar claro que Carlomagno aunque fuera rey de los francos, no era francés) lo designe como Padre de Europa, en realidad Europa es un prodigio de la naturaleza que ha tenido muchos padres. Claro que poner como uno de ellos a un moro, aunque fuera educado por el doctor de la Iglesia San Juan Damasceno y pusiera las bases de un imperio que permaneció hasta el siglo XI, para crear otro premio con su nombre sería reconocer que no sólo hubo godos en este continente. ~