Los padres injustos

La vida del revés

Image
20 may 2018 / 20:50 h - Actualizado: 20 may 2018 / 20:51 h.
"La vida del revés"

En la actualidad, los padres españoles (perdonen que no utilice esa fórmula ridícula de padres y madres españoles y españolas) nos hemos convertido en una especie de elementos híper protectores de niños y jóvenes. Muchas veces, incluso de adultos (hijos casados con hijos que siguen siendo acariciados como si fueran polluelos desvalidos). Es impresionante cómo tratamos de evitar problemas a nuestros hijos y cómo, sin darnos demasiada cuenta, no podemos evitar suplantarlos para vivir las experiencias que les tocaría vivir a ellos.

Manejamos una razón que parece ser la madre de todas ellas y que justifica lo que hacemos en su totalidad: el mundo ya no es el mismo que era hace unos años. Antes todo era pacífico y seguro. Ahora, nuestras calles son un infierno, un nido de peligros brutales para nuestros hijos. Solo falta que se nos escape que con Franco se vivía mejor o algo así. En cualquier caso es una razón tramposa que intenta dar lustre a una actitud protectora que resulta exagerada y muchas veces perjudicial para los niños y jóvenes (niños, niñas, jóvenes y jóvenas en general, que nadie se me enfade). Las preguntas son muchas: ¿cómo ha cambiado ese mundo? ¿Qué es eso que tanto ha cambiado? ¿Nuestras ciudades son nidos de pervertidos, asesinos, violadores y malos de todo tipo y pelaje? ¿Cuándo ha pasado algo así y cómo no nos hemos enterado algunos?

Es cierto que mi madre, según llegaba del colegio, me entregaba un bocadillo de chocolate (el pan y chocolate de toda la vida) y me enviaba de vuelta a la calle para que jugase con mis amigos. Es cierto que con siete años el que escribe iba solo al colegio cruzando calles importantes de Madrid. Es cierto que, si no había tarea, los niños éramos callejeros. Es cierto que eso era otra cosa. Pero ¿por qué ahora no ocurre lo mismo? ¿Qué es eso que tanto ha cambiado? ¡Los peligros son infinitamente mayores! dirán algunos. Falso. Siempre hubo exhibicionistas, siempre hubo pederastas, siempre hubo sujetos indeseables sueltos por las calles de las ciudades españolas. No han cambiado mucho las cosas. Lo que ha cambiado es nuestra percepción de la realidad. Es tal la cantidad de información que recibimos que hemos convertido a la pobre realidad en lo que no es. El gran cambio es que ahora los niños (y los adultos) nos pasamos muchas horas en casa (en el refugio) leyendo cosas espantosas sobre lo que pasa en el exterior. Ese es el gran cambio. Somos miedosos porque nos dicen que hay que ser miedoso. Nos pintan un mundo hostil y nos lo tragamos sin rechistar.

Y, sin ser conscientes de lo que hacemos, nos pasamos el día insultando a nuestros hijos. Una protección más allá de lo normal no es más que el reconocimiento de la debilidad del protegido, de su falta de preparación física y mental para enfrentarse a la realidad. Eliminamos toda posibilidad de vida independiente en los niños y en los jóvenes convirtiéndolos en nuestros muñecos de compañía, en unos verdaderos inútiles. Les ofrecemos una felicidad a la medida que consiste en que no les va a pasar nada cuando, en realidad, lo que debería pasar es... todo. Pensamos por ellos para que puedan ser felices porque si piensan por sí solos serán unos pobrecillos ¡Dios mío, tendrán que hacer frente a sus propios problemas! Hacemos por ellos lo que haga falta porque si lo hacen ellos mismos van a meter la pata seguro. Y olvidamos que la vida es, fundamentalmente, una concatenación maravillosa de meteduras de pata de las que vamos aprendiendo y que nos permite ser adultos equilibrados. Protegemos a nuestros hijos de otros niños y jóvenes. Claro, les falta astucia para enfrentarse a unos monstruos. Nuestros hijos son mejores personas y mucho más frágiles que los de los demás. Y si son extranjeros la cosa se complica. ¡Cómo va a relacionarse mi hija con un sujeto que ha llegado de Sudamérica o ha nacido aquí pero de padres sudamericanos¡ De eso nada, por favor. Pero, en realidad, insultamos a nuestros hijos haciendo y diciendo estas majaderías; les decimos que son unos inútiles sociales. Sonriendo, pero se lo decimos.

¿Somos injustos? Mucho. Nuestro miedo nos bloquea, nos hace cometer errores, ser injustos, ser unos memos. Y, finalmente, trasladamos ese miedo a nuestros hijos. Nada bueno puede salir de algo así. Un montón de memos y poco más.

Deberíamos recapacitar. Sí, eso que no hacemos por si nos quitamos la razón a nosotros mismos. Deberíamos.