Una de mis asignaturas pendientes es aprender a hacer dulces navideños, que no es fácil. Casi conseguí hace años hacer pestiños y roscos de vino. Es verdad que ya los venden en cualquier tienda, caseros, pero lo suyo es aprender a hacerlos, que es como saben más buenos. Si haces tú mismo la masa es mucho mejor porque tienes la total certeza de que nadie la ha hecho con las manos sucias, por poner un ejemplo. Un día encontré un pequeño saltamontes verde en un pestiño y por la expresión del caelifero, se veía que no tuvo una muerte dulce, a pesar de haber caído en la masa confitera. Recuerdo con cariño los pestiños de La Manca, una mujer de Sevilla que cuando llegaba la Navidad vendía cajas y cajas, hasta que un día la entrevistaron en un programa de radio y al preguntarle que cómo se las ingeniaba para amasar con un solo brazo, sobre todo para hacer las bolas, dijo que para qué estaba el sobaco. Era una mujer emprendedora, pero con menos luces que un triciclo viejo. La sinceridad fue su ruina. Sin embargo, aquellos pestiños caseros eran una verdadera delicia.