Los poetas de Celaá o los ‘chiquis’ de Montero y Hernando

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Juan Luis Pavón juanluispavon1
28 oct 2018 / 09:48 h - Actualizado: 28 oct 2018 / 10:13 h.
"Pasa la vida"

“Estar en Sevilla es emocionante. Sevilla nos conecta con todos los poetas contemporáneos, es la ciudad que tiene el mejor plantel de poetas: Gustavo Adolfo Bécquer, los hermanos Machado, Luis Cernuda...”. La bilbaína Isabel Celaá Diéguez, ministra de Educación y portavoz del Gobierno, hizo este preámbulo para iniciar el pasado viernes el balance de lo aprobado en el Consejo de Ministros que habían celebrado con vistas a la Plaza de España, pues en el monumental edificio diseñado por Aníbal González tiene su sede la Delegación del Gobierno en Andalucía. Celaá, licenciada en Derecho y en Filología Inglesa, es catedrática de Lengua y Literatura Inglesa en Enseñanza Secundaria. En su trayectoria política en tierras vascas ha estado durante muchos años muy vinculada a la gestión del sistema educativo, hasta el punto de ser consejera de Educación, Universidades e Investigación.

Con la cortesía de regalar los oídos a la ciudadanía sevillana, hablando ante cámaras y micrófonos de las televisiones y radios nacionales, Celaá puso el foco en lo que considera una vertiente identitaria de Sevilla: ciudad de talentos literarios. El Ayuntamiento hispalense ha de invitarla a participar en el programa de actividades de la Casa de los Poetas y las Letras, en el Monasterio de Santa Clara. Para que pregone a Bécquer. Aunque sus ‘Rimas’ no rimen con el mediocre guirigay político sobre el uso del habla andaluza en la dialéctica de gobernantes y parlamentarios. Perjudican a Andalucía quienes identifican el formidable léxico de la cultura popular (patrimonio lingüístico compuesto por miles de vocablos, acepciones y giros) con rendir tributo al compadreo del ‘miarma’ y del ‘chiqui’. Confunden la gimnasia con la magnesia.

Pertenece al género del tópico el rifirrafe sobre el grado de dignidad y reputación social que comporta el uso, fuera del tiesto, de expresiones de la oralidad callejera andaluza. En España nunca se debate sobre eso cuando el símil, la exclamación, el estrambote o el taco tienen denominación de origen zaragozana, cántabra, vizcaína o balear. Como es natural, por doquier hay coloquialismos. Pero solo se aplica el sesgo burlón sobre las formas de hablar que se emparentan con Andalucía. Como bien supieron plasmar los guionistas de la película ‘Ocho apellidos vascos’, para situar a la audiencia en el envés de esa perspectiva, al perfilar el personaje de ‘vasco de toda la vida’ que encarnó el actor Karra Elejalde.

El ‘chiqui’ con el que la sevillana María Jesús Montero, ministra de Hacienda, apostilló ante un corrillo de periodistas junto a la puerta del Congreso de los Diputados su argumentación sobre por qué le parece normal una diferencia de 1.200 millones de euros en los criterios de ajuste del proyecto de Presupuestos Generales del Estado para 2019 que el Gobierno ha enviado a la Comisión Europea para su consulta, le puso en bandeja a los partidos de la oposición y a los tertulianos no solo torear de salón sobre el fondo del asunto (la millonada) sino también satirizar de modo facilón sobre la campechanía y el acento de la ministra Montero. Para más inri, una semana después, fue un diputado con votos de Almería, Rafael Hernando, del PP, que desde 1993 tiene acta en el Congreso en representación de los ciudadanos almerienses (aunque él es de Guadalajara y en dicha provincia manchega forjó su carrera política, no en vano tuvo escaño por ella como diputado autonómico y como senador), quien por lo bajini le espetó el “chiqui” y el “miarma” para mofarse de su oponente en el hemiciclo de la soberanía nacional. Montero entró al trapo y legó a la posteridad, tomando nota los taquígrafos de las Cortes, lo que no venía a cuento: “’Chiqui’, ‘miarma’, ‘tesoro’, ‘corazón’ o ‘cariño’ son expresiones que llevamos a gala en nuestro diálogo coloquial en Andalucía”. Si quieres caldo, toma tres tazas.

Mejor le irá a Andalucía si los Hernando y los Montero no mezclan churras con merinas. Y si aprenden a secundar a tantos políticos andaluces, de todas las variantes ideológicas (Felipe González, Jaime García Añoveros, Manuel Clavero Arévalo, Alejandro Rojas-Marcos, Antonio Hernández Mancha, Julio Anguita, Manuel Pimentel,...) que tenían bien acendrado, y no se desorientaban dialécticamente ni en el fragor de los debates ni cuando los periodistas les abordaban apresuradamente por los pasillos, cómo encabezar la política española con acento andaluz. Y cuán importante era prestigiar la capacidad de los andaluces al máximo nivel de responsabilidades, sin incurrir nunca en formas de hablar que favorecieran ser asociados como arquetipo de la ‘españolada’ cinematográfica o televisiva que tanto redujo la imagen del ser andaluz a la condición de palmeros o chistosos.

Tendrán que salir a la palestra andaluces con mando en plaza, como el almeriense José Guirao, ministro de Cultura, y el granadino Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, para recordarles a tirios y troyanos de la convocatoria electoral que, por el bien de Andalucía, necesitamos al menos cuarenta años de oratoria política como la encarnada por Emilio Castelar, Victoria Kent, Diego Martínez Barrio, Niceto Alcalá Zamora, Manuel Giménez Fernández, entre otros andaluces eméritos. Conservadores o progresistas, monárquicos o republicanos, todos supieron verbalizar los males de la patria y su modernización, y plantear sus reformas, sin achicarle espacios a la identidad andaluza con latiguillos de andar por casa.