Viéndolas venir

Los puestos de trabajo

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Álvaro Romero @aromerobernal1
28 ene 2019 / 08:49 h - Actualizado: 28 ene 2019 / 08:53 h.
"Viéndolas venir"
  • Los puestos de trabajo

En una sociedad capitalista en la que el capital, evidentemente, gobierna por encima del gobierno, los políticos se han acostumbrado a usar la creación de puestos de trabajo como el comodín que no falla ante cualquier envite que haya que enfrentar razonando. Y los ciudadanos, al albur de los políticos profesionales y víctimas de un sistema en el que o tienes un empleo o te quedas en la cuneta, se han habituado igualmente a conformarse con cualquier argumentario que conlleve puestos de trabajo de por medio.

Traigo a colación el asunto porque anoche, en una entrevista que le hacían a la ministra de Defensa, Margarita Robles, cuando le recordaron que el presupuesto del Estado para Defensa (o para la guerra, o para evitar que haya guerras guerreando, o para guerrear defendiendo la guerra, o para defender la paz teniendo que hacer la guerra...) era el doble que para Sanidad y el cuádruple que para Educación, con datos específicos, la única respuesta inmediata que se le ocurrió a la ministra fue: “¿Sabe usted cuántos puestos de trabajo genera eso?”. El entrevistador la cortó con que no quería oír demagogia, pero ella insistió en que los puestos de trabajo eran una realidad, y que fuera a preguntarles a no sé cuáles ciudadanos azotados por ese látigo del desempleo que tanto atiza precisamente donde los políticos profesionales no han dignificado ni siquiera su propio empleo.

Uno está harto de oír esa demagogia que el alcalde de Cádiz -donde el carnaval canta casi siempre tantas verdades- resumió hace unos meses en la aparente disyuntiva paz o pan, que quería sintetizar la dura elección a la que se enfrentaban los astilleros entre rechazar la carga de trabajo para fabricar armas en honor a la paz o aceptarla para conseguir el pan suyo de cada día, y digo aparente porque, en rigor, lo que más bien pretendía sintetizar el regidor gaditano era que su gente prefería conseguir un trabajo, tuviese las consecuencias que tuviese, para garantizarse la paz y el pan, las dos cosas -sin verse obligados a elegir-, al margen de que en otras latitudes del planeta tal elección derivase en guerra y en hambre. De modo que no había que elegir entre paz o pan, sino garantizarse ambas cosas, aunque por ahí, bien lejos, donde los niños no son niños como los nuestros y la gente a la que revientan los bombazos no son gente sino efectos colaterales, tuviesen que seguir aspirando a la paz en medio de la guerra y al pan en medio de la miseria que generan las guerras. Aquella elección del ancho del embudo que precedieron a otras elecciones que vinieron luego terminó, en efecto, regalando la paz y el pan a la bahía... con el rimbombante argumento final de que, al fin y al cabo, aquellos contratos no se firmaban en la Caleta, sino en Madrid o más arriba, y que no venían del actual gobierno, sino del anterior o del otro, y que, si no se aceptaban, ya habría otros que lo aceptarían y que, por mucho que doliese, el mundo era así y fin de la cita, que dijo Rajoy.

Aznar, que precisamente dio el puesto de trabajo a Rajoy, había provocado una guerra en Irak por congraciarse con los amos del mundo, pero aquello fue mucho antes de la feroz crisis económica que pintó el pentagrama para cantar que “si esto no se arregla, guerra, guerra, guerra”. Pero las cosas se arreglaron y no hubo guerra. Al menos por aquí cerca, que es lo que cuenta; ojos que no ven... y lo demás del corazón ya lo saben de memoria, aunque la memoria nos falle tan a menudo al recordar aquello del No a la guerra, como había pasado, por cierto, tanto tiempo antes con el No a la OTAN y luego ya se supo, total.

Al margen de las guerras, cada día hay más actividades que generan muchos puestos de trabajo. El narcotráfico es una de ellas, que le pregunten a la gente de no sé qué comarca. La prostitución es otra. Y podríamos seguir a peor, pero no lo haremos porque hay demasiados puestos de trabajo de por medio y tampoco es cuestión de recordar a nuestros políticos que su labor no debería ser la de amenazarnos con que tales puestos de trabajo se pierdan, sino la de abrir debates morales más allá de los estómagos y nichos de empleo más allá de las campañas de verano en la que tanta gente sin empleo se hace camarero en los chiringuitos de aquí o vendimiador en Francia. Para este viaje no hacían falta estas alforjas, porque uno creyó, ingenuamente tal vez, que en Democracia ya no valía aquello de tanto tienes, tanto vales, sino que vales por lo que eres. Pero va a ser que no.