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Los que no vuelven al cole

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08 sep 2018 / 19:02 h - Actualizado: 08 sep 2018 / 19:04 h.

Llega la hora de la vuelta al colegio y la principal preocupación de las familias es el presupuesto que habrán de disponer para material escolar, uniformes, chándales y calzado deportivo, etc., y luego la mensualidad de los comedores y de las actividades extraescolares... una avalancha de gastos que en cada casa se sobrelleva según la situación económica de cada cual. Lo cierto es que los medios de comunicación, tan dados a no salirse del carril, no fallan: todos, todos los años, vemos el mismo titular con la estimación de lo que van a gastar las familias en el comienzo de curso, un auténtico disparate si nos atenemos a los datos de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), que asegura que en España se espera un gasto de media de entre 841 y 1.086 euros por niño, dependiendo de si el colegio es público, concertado o privado. Para mí que es una barbaridad con los salarios que tenemos por aquí, pero quién soy yo para contradecir a nadie. Además, si yo quería hablar de otra cosa.

Es probable que muy pocos de esos padres que estos días andan frenéticos comprando zapatillas deportivas, bolígrafos y lápices de colores, se hayan parado a pensar alguna vez en el origen de esos productos. Posiblemente, las camisetas y zapatos que llevará su hijo los haya cosido o pegado un niño de aproximadamente su misma edad en un taller de Bangladesh o de algún otro país de la región Asia-Pacífico, que alberga, según Unicef, el mayor número de niños y niñas trabajadores en el grupo de edad de cinco a 14 años (127 millones de criaturas, para ser más exactos).

Por eso, y porque ahora nuestros niños regresan ilusionados a sus centros escolares para proseguir con su educación y su formación como personas, para compartir juegos y deportes con sus amigos, para crecer disfrutando de su infancia, he querido detenerme a recordar que unos 246 millones de niños y niñas de todo el mundo son víctimas del trabajo infantil, y que tres cuartas partes de ellos lo hacen en tareas consideradas peligrosas, que incluyen la minería, el trabajo en vertederos, el manejo de maquinaria y las faenas agrícolas que conllevan el contacto con productos químicos y pesticidas.

Lo más dramático de este vergonzoso panorama no se limita a que millones de estos niños trabajadores sean los más vulnerables de entre los trabajadores que sufren explotación en el mundo (esclavizados por deudas familiares, víctimas de trata, prostitución o pornografía, reclutados forzosos en guerras sin sentido). A todos nos parece una injusticia desgarradora este planeta de niños sin infancia, pero repito: lo más dramático es que esa fuerza de trabajo se ha consolidado como puntal económico de muchos países subdesarrollados, de tal modo que las familias no pueden mandar a los niños a la escuela porque les aportan unos ingresos imprescindibles para sobrevivir. Dicho de otro modo, si el niño no trabaja, no podrá comer.

Atrapados en ese círculo vicioso de la pobreza y la falta de educación, muchos países en vías de desarrollo consolidan un modelo social en el que arraigan la desigualdad y la desesperanza, condenado al fracaso y a la inestabilidad. Cuesta creer que se pueda hacer tan poco para evitar esta fractura entre dos mundos. Apenas algunas oenegés y contadas reformas legales que se incumplen sistemáticamente tratan de detener esta práctica bárbara del trabajo infantil. Y por aquí... lo que ocurre es que estamos demasiado ocupados preparando la vuelta al cole. ~