Los suburbios de la historia

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13 oct 2017 / 23:29 h - Actualizado: 13 oct 2017 / 23:29 h.

Discrepó, razonó, se confrontó, y desde los abismos ideológicos que nos separan, pero sin fronteras, oírla en estos tiempos de turbulencia, donde se opta por la seguridad antes que por la justicia, convierten en necesario recuperar la lealtad a la generosidad, que como decía Benedetti, es el único egoísmo legitimo, por eso en lugar de detenerme en lo evidente: democracia sí o democracia sí, escucho a una mujer que con aristas y disensos, en la España de hoy adquiere una relevancia multiplicada, cargada de mil matices, que nos sumerge en los suburbios de la historia para reconocerla.

Hace 40 años Victoria regresó a España, casi al unísono de aprobarse la manoseada Carta Magna, y se desdijo de aquellas aventuradas palabras, solo cuando haya libertad regresaré. En estos instantes estamos obligadas a recuperar páginas, que dan pautas para escribir mejor, nuestros torcidos renglones. El relato se formula en términos de recordatorio, sobre la lectura objetivada de que la República en 1931 trajo avances, en lo que a legislación se refiere, también en defensa de los derechos de la mujer, como fue el sufragio femenino, defendido por nuestra maestra y diputada Clara Campoamor del Partido Radical, convencida que era un paso necesario para avanzar por el camino de la liberación de las mujeres.

Pero rebatido increíble aunque no sorpresivamente por Victoria Kent, del Partido Radical Socialista, que creía que la mayoría de las mujeres, aun no estaban preparadas para ejercer el voto, ella decía que habría que invertir primero en formarlas, y alejarlas de las influencias del conservadurismo, a las que culturalmente estaban sometidas. Convencida de que si se aprobaba el sufragio femenino, el triunfo de los otros estaba asegurado. No se equivocó, la derecha ganó en las primeras elecciones en las que participaron las mujeres en 1933, aunque la razón no fuera la inclusión del voto femenino, sino la profunda división de la izquierda. Sea como fuere, ninguna de las dos mujeres salió elegida como diputada.

Afirmaciones como las de Jaime Joyce, intentando justificar lo injustificable, situando las equivocaciones como portales de los descubrimientos, o Charles Chaplin insistiendo en que le gustan sus errores porque no quiere renunciar a su libertad de equivocarse, son peanas descartables, porque con el material humano no se juega. Eso significa recordarnos el catón de la aritmética política, que sigue vigente en cuanto a los números y su cualidad, la suma multiplica y la división resta.