La responsabilidad de un votante es enorme. La misma que la que tiene el que decide no votar. Y su soledad es inmensa, aplastante aunque casi embriagadora. Porque votar es un ejercicio de libertad y eso es lo más importante a lo que puede aspirar un ser humano; sí, a ser libre.
Alguien podría pensar que un solo voto no tiene gran importancia y que no acudir a la cita con las urnas es algo que tampoco puede llegar a tener una importancia desmesurada. Y se equivoca. Porque la sola posibilidad de introducir una papeleta electoral en una urna es, en sí mismo, un lujo grandioso que no todos los hombres y mujeres del planeta tienen a su alcance. Ni mucho menos. Y, además, en democracia todo se construye sobre la suma de voluntades, desde una especie de consciencia colectiva que tiene como razón de ser el bien común. Cada uno de nosotros somos una pequeña parte de un todo que avanza buscando posiciones desde las que se pueda dibujar un destino mejor.
Por eso hay que elegir la papeleta con la razón a máximo rendimiento, con el corazón reposando y la convicción plena. No elegir papeleta alguna es otra opción y forma parte del sistema democrático. Eso sí, conviene valorar bien lo que supone quedarse en casa en lugar de ir a votar.
Miles de personas han muerto, durante decenas y decenas de años, para que todos nosotros podamos ejercer uno de los derechos fundamentales de la democracia. Sería cruel y estúpido con todos ellos que, sea lo que sea que hagamos, no pensar en consecuencias, trascendencia y significados. Cada uno puede hacer lo que le dé la gana, pero un mínimo de reflexión, un mínimo de carga cívica para apoyar cada decisión resulta imprescindible. La forma de contribuir en el dibujo de un futuro luminoso y envidiable es ejercer nuestra libertad de la forma que elijamos y sin señalar a otros por votar opciones distintas a las nuestras o por no votar. Los comentarios que se escuchan sobre los posibles votantes de Vox son inaceptables porque aunque esa opción sea más que discutible, las personas que la elijan lo harán de forma democrática. Punto. No hay más que discutir. Tampoco son pocos los que se escuchan sobre los votantes de Podemos. Ninguna de las formaciones son de mi agrado, pero no se puede crucificar a nadie por votar lo que quiera.
Si no quieren ustedes votar no lo hagan. La democracia concede ese privilegio junto al de hacerlo. Yo les invito a que lo hagan, a que se animen porque, voten lo que voten, es importante para todos. Si van a ir paseando al colegio electoral, les ruego que lo hagan llenos de entusiasmo y muy emocionados porque introducir el sobre con el voto en la urna es uno de los momentos más importantes de la vida de una persona. Votamos para elegir una forma de gobernar aunque, en realidad, lo que hacemos es seguir garantizando el bienestar de todos nosotros y de los que vengan en un futuro.
Ya saben; razón, corazón y emoción. A tope.