Luces de neón

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Pepa Violeta Pepavioleta
12 oct 2018 / 07:30 h - Actualizado: 10 oct 2018 / 15:52 h.

Llevamos alguna que otra semana, con un bombardeo informativo sobre el renovado debate de la prostitución en España. A veces me da la impresión que estamos ante un partido de tenis. Mirando de una lado a otro la pista, siguiendo de forma hipnótica la bola, pero con poca conciencia del momento en el que nos encontramos. A mi parecer, histórico, porque gracias a la revolución feminista, podemos construir caminos nuevos, mucho más sólidos y perdurables, que nos conducirán a la sociedad que todos y todas queremos.

En esta vorágine desinformativa, se nos plantean dos modelos para gestionar la prostitución: el abolicionista, adoptado por los países nórdicos, o el regulacionista, al que se han sumado Holanda, Alemania o Nueva Zelanda. En España, a pesar de que nos encontramos con una postura gubernamental, claramente inclinada hacia el modelo abolicionista, en la calle se respira otra cosa. El discurso social hegemónico sobre la prostitución, vuelve a tornarse borrosos, sin base documental y cumpliendo con los principios patriarcales más sutiles. No se dejan mensajes claros, como que hay que repudiar al putero, que el feminismo es incompatible con el modelo regulacionista, o que hay que ponerle fecha de fin a la trata que explota a miles de mujeres en el mundo. Después de varios estudios sobre esta cuestión y las opiniones de personal experto, se ha concluido que el modelo nórdico, es el mejor para poner en marcha en España. Estos países que ya lo han implantado, nos han demostrado que abolir la prostitución es posible, eso sí multando a los clientes y ofreciendo a las víctimas ayudas integrales y salidas profesionales. El modelo regulacionista por tanto, que pretende convertir el sexo en profesión y protege a chulos, proxenetas y clientes, no hace sino normalizar una relación de desequilibrio.

Entre la tristeza y la repulsión me muevo, cuando escucho hablar que es mejor no optar por la abolición, para proteger el derecho de las mujeres a hacer con su cuerpo lo que quieran, incluido prostituirse. El neoliberalismo campa a sus anchas y nos regala de vez en cuando perlas como éstas. “El perfecto modelo de la sumisión colaboradora” del que habla Kate Millet, presentando en forma de regalo, con lazo incluido.

El patriarcado, propicia la creación de un sistema que gira en torno a lo masculino y lo femenino, no sólo desde un contexto político, sino que va más allá, configurando estructuras de pensamiento, hábitos y costumbres, claramente favorables a la satisfacción de la necesidad masculina.

Las prostitutas mutilan su derecho al placer y al orgasmo y lo desvinculan de su vida sexual. Tras su actividad subyace una necesidad económica, personal o emocional. No es libre elección. Es más, tan poco frecuente es que la actividad sexual de las prostitutas concluya con un orgasmo, que éstas suelen desarrollar un trastorno conocido como el Síndrome Taylor. Una congestión crónica y dolorosa de la región pélvica, resultado de la excitación sexual no acompañada de la descongestión vascular y de la relajación propia del orgasmo.

La mujer en el patriarcado, es convertida en objeto sexual que no puede disfrutar de esa sexualidad, sino vivirla de una forma pasiva. La revolución sexual hace ya algunos años, permitió introducir cambios y un relativo relajamiento de las normas sociales, que hasta ese momento vinculaba la sexualidad femenina con la procreación. Este cambio de actitud, sobre todo en Occidente, supuso un triunfo para la libertad sexual de las mujeres. Pero ahora, el patriarcado utiliza este aperturismo, para seguir legitimando su dominio sexual, creando un discurso hegemónico convincente, sobre la libertad que tiene la mujer actual para elegir que hacer con su cuerpo. Esta esclavitud consentida, no deja se ser una forma más de opresión para la mujer, convertida en propiedad privada en el momento en el que su cliente le deja un billete encima de la cama. Da igual por donde se mire, pero comprar y vender sexo, no es un acto de libertad.

Como dice Engels, la prostitución es una institución social, como cualquier otra. Perpetua la antigua libertad sexual en beneficio de los varones. Autorizada y practicada con regularidad por la clase dirigente, sólo se condena en apariencia. Y en esa seguimos, los hombres se desvinculan de un proceso abolicionista, en el que deben acompañar a las mujeres. Y a nosotras todavía nos produce rechazo, denunciar al putero, a ese mismo que legitima la prostitución y la equipara a profesión laboral y liberal, el oficio más antiguo del mundo ¿les suena?. Que puestos a crear más profesiones, le podríamos sugerir a este mismo que matricule a sus hijas adolescentes y las apoye en su deseo de convertirse en profesionales del sexo, si así lo eligen libremente en un futuro.

No necesitamos más dosis de esclavitud y sumisión, sino revoluciones que nos hagan libres de verdad. Entender las relaciones sexuales entre personas desde el plano de la igualdad, es nuestro siguiente reto.