Lunares y caderas

Todo ha ido evolucionando y no estoy seguro de si el camino trazado es el mejor o vacía algunas cosas que funcionaban. Se ha impuesto un culto al cuerpo que genera un complejo enorme al 95% de la población

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25 mar 2017 / 08:17 h - Actualizado: 25 mar 2017 / 08:19 h.
"La vida del revés"
  • Lunares y caderas

No son pocos los que siguen enamorados de las actrices que conocieron en las pantallas de cine durante la niñez. Creo yo que todos hemos tenido un amor de ese tipo. Mi hermano Andrés se derrite mirando a Marilyn Monroe. Mi padre confesó ser admirador de Gilda. Yo también. Y de Audrey Hepburn; sobre todo de ella. Pregunto por aquí y uno me dice que nunca le gustó nadie como le gusta Jennifer O’Neill, otro que amará eternamente a Sofía Loren.

Las novias cinematográficas siempre fueron un as en la manga de los solitarios, de los rechazados y de los despechados. No fallaron nunca jamás.

El caso es que uno, viendo películas, se procura amores tan imposibles como falsos. Los chavales (los que no lo son tanto, también) van construyendo un canon de belleza al unir las partes que más gustan de sus actores y actrices favoritos. Y terminan enamorados de uno de ellos, del que suma más rasgos apetecibles. Eso lo trasladan al mundo real y se fijan en lo más parecido que encuentran. No es esto algo pasajero. Dura, dura. Se arrastra por mucho tiempo, quizás por todo el tiempo. Además, es en ese momento (siendo niños) cuando descubren las imperfecciones de papá y mamá, que habiendo sido sus héroes hasta ese momento, caen en desgracia hasta pasados diez o quince años. Cuando se cambia a papá por Robert Redford, el mundo es otra cosa.

En una ocasión me contaron que, durante los años cincuenta, el lunar en la mejilla era inevitable, que fue una moda muy extendida entre las mujeres la de pintarse uno, bien hermoso, con un lápiz de ojos (creo que se llama así). La piel blanquita y el lunar en la mejilla. Un buen lunar, que pudiera verse con nitidez. Y que las mujeres tenían caderas para lucirlas. Esto me contaron, también.

Ahora nadie se pinta lunares, lo de la piel blanquita es síntoma de enfermedad y las caderas se ocultan con blusones. Cuando una mujer las enseña es porque usa una talla de niña siendo ya adulta. Entre los hombres se lleva más esa mezcla de virilidad y sensibilidad que la virilidad a secas. Su vestuario se parece, cada vez más, al de las mujeres. Pantalones pesqueros (piratas, creo que se llaman), sandalias de diseño y el pelo muy salvaje (eso significa despeinado, como cuando uno se levanta o algo así). Eso sí, conviene no afeitarse en un par de días para que esa virilidad aparezca de alguna forma y se pueda mezclar con una sensibilidad que no puede faltar. Todo ha ido evolucionando y no estoy seguro de si el camino trazado es el mejor o vacía, definitivamente, algunas cosas que estaban repletas de cosas que funcionaban. No lo sé.

Parece que se ha impuesto, ya de forma rotunda, un culto al cuerpo que lo único que genera es un complejo enorme al noventa y cinco por ciento de la población. O más. Menuda moda tan estúpida. Cualquier cosa que provoca en las personas malestar, depresión, inseguridad o falta de autoestima, no es saludable.

Antes nos enamorábamos de los famosos y ellas se pintaban lunares en la mejilla. Ahora nos hacen creer que, eso que vemos en la televisión o en las revistas, es lo mejor y dejamos de comer, de enseñar nuestras caderas. Hay que parecerse a lo que es imposible. La virilidad la disfrazamos con una lágrima allí o una falsa ternura allá. Hay que parecerse a lo que nos presentan como realidad cuando es un sueño inalcanzable y opresivo.

Me gusta ver a la gente tal y como es. Y me gusta tratar a la gente sin tener que mirarme en un espejo antes de empezar cada conversación. Qué difícil es. Secuelas de la moda estúpida que nos trae por la calle de la amargura a casi todos. ¡Con lo fácil que sería aceptar lo que somos! ¿Por qué no valoramos a las personas por su bondad, por su inteligencia, por su capacidad para gestionar problemas y resolverlos? ¿Por qué solo nos fijamos en lo que vemos y no hacemos ni caso a eso que escondemos todos los seres humanos y nos hacen tan especiales y auténticos?

Gilda y Marilyn tenían unas caderas que hoy no podrían enseñar. Una pena. Una pena muy grande. Nadie se pinta lunares en las mejillas. Afortunadas las mujeres que lo tienen porque es de lo más atractivo. Y afortunadas las que tienen caderas y las muestran diciendo «aquí estoy yo». Gilda y Marilyn siempre serán ellas, las más grandes. Y la Hepburn más, que para eso fue mi novia durante años.