Del anhelo de fiesta a la pre-Feria, de esos días que sí que no al Encendido, y de ahí a los Farolillos, epicentro de la alegría desbordada. Y de las luminarias de bombilla y cartón al lunes de Resaca, aunque sea una tradición perdida porque no hay bolsillo que aguante los precios del tendido y de la grada de la Maestranza, una plaza para ricos -¡una más!- de esta Fiesta desprotegida por los poderes públicos, los mismos que subvencionan con el dinero de todos a las asociaciones más alternativas, a las más sinsentido, a las más vacías de socios y actividad, porque resulta que los toros son un capricho -ahora que Pablo Casado se ha visto obligado a recoger velas- de la extrema derecha, según corean con los prebostes con ira, es decir, un capricho de esos ricos feriantes -ole con ole y olé la demagogia-, porque no quieren reconocer que sobre las almohadillas se asientan los traseros de un pueblo que vota todas las alternativas políticas, de un pueblo que no vota y hasta de un pueblo que le trae al pairo eso de votar o no votar.
Dicen que lo peor de las cosas buenas es que se acaban, que una vez se echa el telón no queda más remedio que aguardar a que florezcan de nuevo, un año después, más o menos, según el caprichoso calendario de la luna. En el lunes de Resaca parece reinar un vacío lastimoso por las calles de Sevilla que, horas antes, rezumaban sabores de un tiempo antiguo, cuando la Feria era una exhibición de vacuno y ovino, de porcino también, un mercado en el que las rehatas iban y venían de ganaderos a terratenientes, en tratos firmados con un apretón de manos, aunque seguro que más de uno se invalidó a por intentar colar un animal cojo o con las tripas cuajadas de larvas de tábano. Fue entonces cuando los primeros flamencos rasgaron una guitarra que alguien replicó con unas palmas al compás, en aquel daguerrotipo de gitanos de caracolillo sobre la frente y de cante de hierro, antes, mucho antes de que las damas de la alta sociedad se atreviesen a emular los bailes raciales de los cafés cantantes.
Lunes de Resaca, tarde de Pedrajas, bureles de Guardiola y de María Luisa Domínguez Pérez de Vargas, a la que no cabía un apellido más que anunciar en la tablilla. Toros largos, bravos en el caballo y renuentes a perseguir la franela. Lunes de resaca, paseíllo con Manolo Cortés, Manili y José Antonio Campuzano, aquel que barría el albero con naturales eternos.