Todo ha cambiado desde el punto de vista gastronómico y más concretamente desde la óptica de la ingesta de alimentos, y mucho me temo que para peor. Hemos pasado del sentido común a inflar un solo sentido, el del gusto. Empieza ahora el período navideño en el cual casi todos estamos obligados a comer, comer y comer?mala evolución la nuestra. Y ello es así porque da la sensación que no estamos en Navidad si no es por el número de comidas y más comidas que tenemos. La de los amigos, la cena de la familia, el almuerzo de los del gimnasio, la del trabajo, Nochebuena, Navidad, Fin de año, Año Nuevo... y cuando te has querido dar cuenta no puedes más.
Y es que hemos pasado –desde hace poco más de una década– de una copa, un brindis, una cerveza para desearnos una Feliz Navidad... a comidas copiosas de varios entrantes, primer y segundo plato, postre y barra libre como si nos fuera la vida en ese evento.
Hace unos años lo sobrante de la Nochebuena –que solía ser mucho– la abuela de la familia se encargaba de ponerlo de nuevo en la mesa y más bueno si cabe. Eso hoy también se ha perdido.
Y no sólo es ya durante la Navidad, vaya usted al cumpleaños del niño o nieto, bautizo, comunión o boda y constaten la evolución. Aperitivos de hora y cuarto, cuando antes el fin que estos perseguían era la de espera a que todos los invitados llegaran al evento. Ahora no, ahora esperamos a todos para empezar con esos interminables aperitivos, de tal forma que cuando te sientas a almorzar estas más cerca de la merienda, y sin saber cómo te plantas a eso de las nueve de la noche (recién almorzados) con una primera recena a la vista, donde intuyes ya que al día siguiente bien –lo que se dice bien– no te vas a encontrar.
Siempre tengo el propósito de enmienda... a ver si este año...
Mientras tanto ¡sé feliz! ~