Maldita babel

Image
25 feb 2017 / 17:18 h - Actualizado: 25 feb 2017 / 17:42 h.

En un tren o una sala de espera (pongamos por caso) yo prefiero mil veces encontrarme a dos tíos hablando chino en el dialecto de un remoto rincón montañoso pegando a Nepal, parloteando sin cambiar de expresión y sin inmutarse por nada de lo que pasa a su alrededor, que al tonto o la tonta del móvil que me obligan a enterarme de su conversación quiera o no quiera y que a veces hasta me dirigen una mirada cómplice, pero vamos, aunque no me la dirijan. A mí qué me importa lo que usted se trae entre manos, oiga.

El comentario no sé si es oportuno, pero se me ocurrió escuchando en la radio el testimonio de un enfermero catalán residente en Inglaterra, casado con una inglesa y con dos hijos británicos, que ponía como ejemplo de las consecuencias del triunfo del brexit un episodio que le había ocurrido en un autobús. El buen señor, que entre el acento británico y el catalán pronunciaba con un soniquete la mar de curioso, estaba indignado porque días atrás iba con sus hijos en el bus y les estaba hablando en español, como suele hacer para que aprendan nuestra lengua, y un grupo de personas le increpó sin venir a cuento: «Eh, inmigrante, si quieres vivir en Inglaterra, habla en inglés». El colmo de la estupidez me parece el argumento, ¿no creen?

Este hombre, que lleva dos décadas trabajando en un hospital en el norte de Inglaterra, reconocía, compungido, que nunca, hasta hace unos meses, le habían hecho sentir que era extranjero en aquel país. Desde el referéndum, la feroz campaña política y mediática ha impulsado un brote xenófobo sin precedentes y una hostilidad general hacia los inmigrantes, que superan el 13% de la población del Reino Unido y que en Londres, particularmente, representan más de la mitad de los habitantes.

No sé, sinceramente, qué puede molestarle a alguien de escuchar hablar en otro idioma. Que me lo expliquen, por favor. Voy a tener que repasarme los derechos humanos, porque debería ser un derecho fundamental que cada cual hable en la lengua que se le antoje, salvo en las ocasiones obvias que impone la convivencia y en las que por necesidad o cortesía tenga que hacerse entender por los demás. ¿Pero en una conversación privada de unas personas a las que no conoces y que van hablando entre sí? A ver quién me explica qué tiene de molestia, si para mí que es una muestra maravillosa de la diversidad, un atributo cultural de valor imponderable.

El respaldo abrumador que el Parlamento británico ha dado a las tesis del brexit duro de la primera ministra conservadora Theresa May, que hace tan buenas migas con Donald Trump que da hasta repeluco pensarlo, coloca a los inmigrantes (tres millones de origen europeo) en el ojo de un huracán que nadie había visto venir. Lo que me temía: ‘la’ Theresa (como decía el enfermero catalán) y ‘el’ Trump van de la manita a no se sabe dónde, porque en realidad no se trata de una cuestión económica, sino de valores. No es que los inmigrantes les quiten el trabajo a los ingleses o a los americanos, y mucho menos que sean una amenaza para su seguridad, sino que a esta pareja no le gustan las lenguas que no entienden ni aprecian el valor de hacerlas suyas. Trump afirma que a Reino Unido le va a ir mejor con el brexit y a Estados Unidos mejor con el muro en su frontera con México.

Tiene bemoles que los votos les caigan a puñados. Aquí hay algo que no entiendo, será por el idioma.