Maletas

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Miguel Aranguren @miguelarangurn
30 ago 2015 / 17:52 h - Actualizado: 30 ago 2015 / 17:53 h.

Hacer y deshacer una maleta es el ejercicio que ofrece la mejor analogía de la vida. Y ahora que agosto toca a retirada viene que ni pintado recordar que nuestra existencia se resume en un continuo sacar y guardar el equipaje, que es lo mismo que alimentar las ilusiones para aprender que estas no son duraderas; conformarse con lo que toca en cada momento. Y en septiembre, no hay más tutía, toca la cuesta durísima de aceptar la rutina laboral como escenario de este teatrillo, en el que las vacaciones –en el caso de haberlas tenido– son un respiro, el visite nuestro bar entre la primera y la segunda parte de la obra, entre un acto y otro acto.

Sé que hay personas que prefieren el orden de un día a día previsible (con sus horas de taller o de oficina) al verlas venir del caótico verano, en el que resulta tan difícil saber cuántos se van a sentar a comer porque se le ha dado suelta al tiempo, como si los relojes estuviesen de huelga y lo que contara es el compás que marca un sol que se hace el remolón antes de esconderse por detrás del mar. Me esfuerzo por comprenderles si son los que llevan la intendencia de una casa, de un apartamento en el que reina la feliz anarquía del descanso.

Preparar la maleta antes de que suene el pistoletazo de salida de las vacaciones, es regresar a la vocación fundamental del ser humano: la de pasarlo bien en compañía de aquellos a quienes amamos, ajenos al drástico martilleo de las agujas que marcan el paso de los minutos, que –con sabor a otoño, invierno y primavera– aplazan los remansos hasta el brevísimo fin de semana del que cuelga, aburrido, el peso del domingo por la tarde.

Deshacer el equipaje es como el final de un cuento, en el que el desenlace dichoso enseguida se cubre por la bruma del olvido, ya que no es bueno tomar asiento frente al ordenador con el corazón sujeto a la nostalgia de una noche de luceros. El cielo estrellado, para quienes habitamos la ciudad, es un prodigio reservado a la canícula.