La democracia está enferma pero el mundo que parió, paradójicamente, parece estar más preocupado por acicalarla que por curarla. Casi a diario hay hechos que lo confirman y el último me parece que ha sido esa sentencia de la jurisdicción europea que, con el maquillaje del laicismo, da libertad a las empresas para que puedan prohibir a las trabajadoras musulmanas usar velo en el trabajo. La paradoja estriba en que nuestra sociedad, hija de la Ilustración, tiene claro –porque así es– que la mujer sigue estando oprimida en medio mundo y que, en el musulmán, uno de los signos de esa opresión reside, precisamente, en la atávica imposición del velo.
La democracia nació para abolir la opresión en todas sus formas pero cuantos lucharon por hacerla efectiva sabían que, antes que la ley, se necesitaba la voluntad colectiva de alcanzarla y que los deseos de unos no valían para nada si otros –quienes la sufrían– no la demandaban. En el mundo musulmán de hoy, eso no se da porque la mayoría de los hombres, insuflados de machismo, no quieren y muchísimas mujeres aun no han sido capaces ni de rebelarse ni de renunciar a transmitir esa costumbre. La sentencia europea –jirón colonialista y emanada de órganos con mentalidad de hombres que regalan libertades– sólo añadirá una nueva carga a esas mujeres: la de que a muchas de ellas, la presión social de su entorno las disuadirá de hacerse independientes trabajando. Lo del velo en el trabajo es un acicalado que no cura la enfermedad de la democracia ni acorta los días de la opresión de las mujeres.
La democracia está enferma pero el mundo que parió, paradójicamente, parece estar más preocupado por acicalarla que por curarla. Casi a diario hay hechos que lo confirman y el último me parece que ha sido esa sentencia de la jurisdicción europea que, con el maquillaje del laicismo, da libertad a las empresas para que puedan prohibir a las trabajadoras musulmanas usar velo en el trabajo. La paradoja estriba en que nuestra sociedad, hija de la Ilustración, tiene claro –porque así es– que la mujer sigue estando oprimida en medio mundo y que, en el musulmán, uno de los signos de esa opresión reside, precisamente, en la atávica imposición del velo.
La democracia nació para abolir la opresión en todas sus formas pero cuantos lucharon por hacerla efectiva sabían que, antes que la ley, se necesitaba la voluntad colectiva de alcanzarla y que los deseos de unos no valían para nada si otros –quienes la sufrían– no la demandaban. En el mundo musulmán de hoy, eso no se da porque la mayoría de los hombres, insuflados de machismo, no quieren y muchísimas mujeres aun no han sido capaces ni de rebelarse ni de renunciar a transmitir esa costumbre. La sentencia europea –jirón colonialista y emanada de órganos con mentalidad de hombres que regalan libertades– sólo añadirá una nueva carga a esas mujeres: la de que a muchas de ellas, la presión social de su entorno las disuadirá de hacerse independientes trabajando. Lo del velo en el trabajo es un acicalado que no cura la enfermedad de la democracia ni acorta los días de la opresión de las mujeres. ~