Mara sin Ángel

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07 jun 2016 / 16:41 h - Actualizado: 07 jun 2016 / 16:43 h.

Cuenta mi madre que durante nuestra crianza (somos cinco hermanos), tenía la sensación de contar con la ayuda adicional de una fuerza misteriosa, una especie de Ángel de la Guarda que siempre le echaba un cable cuando ella, agotada como estaba por la falta de sueño, abordaba cualquiera de sus múltiples afanes utilizando un atajo, ahorrándose esfuerzos o directamente chapuceando de mala manera. En esos casos –de los que ella reconoce que pudo abusar un poco– su Ángel siempre estaba al quite y pese a su falta de cuidado, al final todo salía requetebién. Esa ayuda sobrenatural debía responder a un cupo limitado para todo nuestro grupo familiar y me temo que mi madre lo agotó sobradamente. Siempre que he intentado hacer perezas a la hora de realizar cualquier trabajo, el Ángel dichoso pasó de mí, y lejos de ayudarme, consintió que la tarea en cuestión se fuera enredando, complicando y retorciendo, hasta hacerme parecer durante su ejecución un mix de Pepe Viyuela y Mister Bean. Finalmente todo salía mal y había que deshacer el entuerto y repetir la jugada desde su inicio. Así pues, hace mucho tiempo que aprendí que debo hacer las cosas con férrea disciplina y escrupuloso método, por muy sencillas que parezcan. En casa y fuera. Ni se me ocurre tratar de llegar a los rincones apurando el cambio de enchufe del aspirador, ni abrir un paquete de café molido con el abrefácil que facilita el fabricante. Me aseguro de que en todo caso sobren metros de cable para no arrastrar y romper el escaso mobiliario casero, y como primera medida, me procuro unas tijeras para abrir el envase infernal, salvo que tenga el día tonto y me haga gracia acabar con restos de café molido hasta en la ropa interior.