Marisa Carrillo

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23 feb 2019 / 10:14 h - Actualizado: 23 feb 2019 / 10:16 h.
  • Marisa Carrillo

Ha pasado como de soslayo la muerte de la que fuera locutora de Radio Sevilla, Marisa Carrillo.

Imbuidos en una ciudad puramente turística, casi en permanente campaña electoral, van cayendo derribados por el desdén o el tiempo los símbolos sobre los que se edificó una ciudad arrasada por el arribismo y sobre la que Cernuda expresara su desazón cuando escribiera contra Pedro Salinas, aquello de “no me quereis, lo sé, y que os molesta cuanto escribo...”

Recuerdo a Marisa Carrillo a través de los ojos –que eran solo cuencas- ciegos de mi abuela. Ella perdió la vista bien pronto y la radio era su sostén espiritual, apartada de esa luz con que ahora Machado vuelve a irradiarnos desde Colliure.

Por cierto, qué triste leer alguna columna sobre su hermano Manuel, por quienes siguen haciendo revisionismo histórico, pese a la desolación de la muerte fraternal y de una madre. Pocos recuerdan como Corpus Barga cogió en brazos a ésta, mientras devastada por tanto horror y hacia la fatalidad suprema, decía e interrogaba, “¿nos queda mucho para llegar ya a Sevilla?”

También D. Diego Martínez Barrio paseaba por los jardines frente a su casa en las afueras de Paris y evocaba el Parque de Maria Luisa, sin mimosas o jazmines entreverados en las pocas sombras angostas frente a la caló.

Marisa Carrillo pertenece a esa ciudad ensimismada, donde la ilusión y el empuje de sus habitantes, fundó la Hermandad de Santa Marta, fluyendo frente al fenecido Hotel Biarritz. Aquellas estanterías de San Buenaventura en la calle Carlos Cañal, donde asomaban esos tubos rojos que escondían láminas de chocolate redondas que eran la luz y el deseo de los niños que se encaramaban a ellas pero a quienes no llegaba para comprarlas. Ahora solo hay woks y arroz prehorneado con butifarra en ellas.

Cómo olvidarnos en esa misma calle, del Padre Patero, a quienes íbamos a confesar, con el solo propósito de no contar nuestras íntimas y candorosas ensoñaciones; o a Filiberto Mira, y esa entrada de la Macarena por la calle Parras, esa que aun hoy narras a tu hijo pequeño, con el ruego de que no olvide.

Es a esa Sevilla, a la que pertenece Marisa Carrillo, como ese ejemplar del ABC que despuntaba en los poliédricos y desvencijados quioscos, que hoy son horrosamente uniformes. Aun hoy resiste alguno de sus grandes periodistas, como Antonio Burgos, Tomás Balbontin o Amalia Fernández Lérida. A esa Sevilla, en la que la Esperanza de Triana entró en La Magdalena solitaria y sostenida por pocos frente a la lluvia y arrastrada –casi volando- hacia un refugio frente al agua.

Era la ciudad del Padre Miguelez, cuyo equipo de Hockey alcanzara una sola vez nada menos que la División de Honor. Aun recuerdo las papeletas de apoyo que nunca se vendían, y que acababa comprando tu madre, no fuera que tuviera consecuencia en forma de negación de tu patriotismo escolar. Apenas recuerdo una sola victoria del equipo, al que también valiera el orgullo de ser primero, a pesar de cerrar la clasificación.

Es esa la Sevilla del San Francisco de Paula, cuando aun no era negocio y caverna solo para ricos y socialistas venidos a más y constituidos en nueva clase. Un Colegio que albergaba a perseguidos por sus convicciones, no precisamente extremas, sino fruto de algo desaparecido en España como el libre pensamiento. Desafortunadamente los librepensadores ya han sido exterminados de lo oficial e incluso de lo hermético.

Era el caso de D. Luis González o D. Antonio Menéndez; o de D. Luis Rey que jamás negó una página de libertad en el que fuera primer periódico escolar “El Mendrugo”; o ese Juan Garrido –en el día del gozo- bendiciendo por doquier a los murmuradores ante el trancurrir monótono de la procesión del Corpus.

Marisa Carrillo ha fallecido y a diferencia de las crónicas habituales, donde todos los que mueren viven en la duración escasa de la tinta del obituario del día; me ha traído el óbito de mi abuela ciega, y también el fenecer de una Sevilla cerrada pero orgullosa y emprendedora, que sólo salía –a diferencia de Barcelona- a vitorear a Franco, mediante el decreto declarando festivo ese día en los Colegios. Aquí nunca se fue sumiso al poder temporal y sí al divino en forma de sones a la Amargura o La Saeta al Gitano. En algun caso, incluso mediante el oculto caminar a la Virgen de San Gonzalo o de La Estrella “la Republicana”.

Marisa Carrillo ya no está, yo creo que ya nos dejó desde hace demasiado. A veces no sé si fuimos nosotros la que la abandonamos junto a los que construyeron esta ciudad bipolar alrededor de su río. Hemos olvidado lo esencial, eso que hace que el ser humano acabe encontrando su autentico destino. No imagino si el olvido hizo mella en su persona. Ignoro si sufrió el desdén de la desmemoria de una ciudad que se alegra del escarnio de quienes la exceden. Se trata de la misma maldición que los deportistas cuando envejecen y que ya solo inspiran ternura, negándonos a reconocerlos en sus fotos actuales, como si de impostores con arrugas se tratara.

Entre tanto ladrillo sobre adoquines que pisaran antagonistas tales como Pepe Diaz o Bueno Monreal, aun fluye ese sonido, de aquella Radio Sevilla, algo que era patrimonio de la ciudad y de sus habitantes, como ahora de los accionistas de fondos de inversión con domicilio en paraísos fiscales.

Sevilla debería hacer un Museo. Un enclave no de la Semana Santa, que hasta hastía. Sino un Museo de aquellos hombres y mujeres que construyeron el gozo de ser sevillanos, gozo que tiene la letra de Romero Murube, con Miguel Hernandez escondido en algun recóndito lugar de ese Alcazar sobre el ahora que pesan las grandes colas de visitantes.

Un Museo sobre un tranvía de caballeros y carteristas, en el que sonaran los sones de Virgen de las Aguas, los cortos sermones, el sonido del agua que nos legaran los árabes y esa melodía de Radio Sevilla junto a alguna quimérica portada de ABC que hoy solo reposa en la estantería de algun coleccionista. Esas pequeñas cosas que hacían que de esas cuencas vacías, en las madrugadas de miedo y soledad, aun cayeran lágrimas.

Descanse en paz Mari Carrillo.