Ha tenido mi hermandad el cariñoso detalle de recordarme el aniversario, para mí íntimo pero trascendente, de aquel mes de Mayo del 68, que para la historia del mundo se convirtió en un icono de la juventud rebelde y comprometida, en un referente sin parangón del espíritu revolucionario contemporáneo. Cambió mi vida aquel Mayo del 68, envuelto en un convulso revisionismo político y social y sobre todo aderezado por un idioma hippy lleno de consignas de amor y pacifismo. Yo también quise –o quisieron por mí, apenas tenía cinco años– tomar esa senda que proclamaba que bajo los adoquines estaba la playa, que estaba prohibido prohibir, que había que ser realistas y soñar lo imposible. Pero lo hice a mi manera. Y tomó nota de ello mi hermandad, de aquel giro en mi vida que coincidió con esos tumultos que llenaban los telediarios de la época. Por la casualidad de firmar yo en esas fechas mi pacto de fidelidad con el ser más revolucionario de todos, Jesús de Nazareth, prometiéndole una vida bajo su sombra benefactora, paradigma de la paz y del perdón plasmados en una de sus figuras más universales. Quiero decir que aquel mes de Mayo del 68 del que se va a cumplir medio siglo me hice hermano del Cachorro. Y anoche su hermandad festejó esas Bodas de Oro, junto al resto de los que ingresaron aquel año, como hacer suelen en el transcurso del quinario. Todo ha cambiado. Los pantalones de campana y los amplios cuellos contestando a los antidisturbios son ya una longeva reliquia. El eco multitudinario de aquel París encendido diría yo que se ha extinguido como una canción pasada de moda. En cambio, para mí la luz de aquel lejano día en el Patrocinio sigue iluminando mi vida. ~