A una cooperativa de Castellón que manipula cítricos les han entrado los inspectores porque muchas de sus empleadas, acosadas por el tiempo, por la cinta mecánica, por los jefes y por la productividad no les da tiempo ir al servicio y se orinan encima. Al parecer, tienen que esperar a que alguien las sustituya si quieren ir a hacer pipí, pero como las trabajadoras escasean, aguantan hasta hora y media, y entonces pasa lo que pasa, lo cual les ha generado hasta trastornos psicológicos.
La situación es sintomática de este nuevo tiempo de esclavitud laboral en el que incluso los esclavos disimulan su situación, otra vez, como en aquella época en que mis abuelos tenían interiorizada la negativa de que estuvieran enfermos. “¿Quién ha visto decir que estás malo?”, decía mi abuela. “A los enfermos no los quieren en ningún sitio para trabajar”, repetía su vecina en una doliente resignación que no era más que ley de vida, ley de mercado.
¿Quién ha visto hacerse pipí en el trabajo?, podríamos preguntarnos hoy. ¿Quién ha visto creerse que se es una persona y no una pieza de la cadena de montaje en esta nueva era de la tecnología en la que si vas un momento al servicio te sustituyen por una aplicación del móvil?
A este paso, no me extrañaría que determinados lumbreras en esta campaña con tantísimas ideas para mejorar la vida de los poderosos idearan ahora un pañal como el que terminaron colocándoles a los caballos de los coches de paseos en Sevilla. Parece una exageración, pero todo es cuestión de explicarlo con cara de palo, con esa cara de no haber dado un palo al agua que ponen tantas veces mientras proponen los principales cómplices de que a los trabajadores y trabajadoras les sigan meando encima.