Memoria televisiva

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08 may 2018 / 22:30 h - Actualizado: 08 may 2018 / 22:10 h.
"Fin de pista"

Los inmensos bigotes setenteros de José María Íñigo son parte de la historia de la caja tonta, de aquella televisión de canal único –y un incipiente UHF– que trazó la banda sonora de las vidas de los que hoy se asoman o rebasan la cincuentena. El presentador se ha marchado con las botas puestas, sobreviviendo a su propio personaje y aquellos programas –Estudio Abierto, Directísimo, Fantástico– que ya forman parte de la memoria doméstica de este país. ¿Quién no recuerda la cuchara doblada por el mentalista Uri Geller o los peinados imposibles de aquel presentador que formaba parte de la familia? Íñigo, que hasta se atrevió a ejercer de domador de elefantes en el Circo Ruso de Ángel Cristo, seguía asomado a la pantalla digital que sustituyó a las viejas 625 líneas pero no ha podido con ese maldito cáncer que arrastraba desde hace dos años?

La denostada televisión, de alguna manera, forma parte de la intimidad de muchas generaciones de españoles. Primero fue en blanco y negro, compartida en los bares y casinos; después en el color casero que, como en una hermosa premonición, anunció las libertades. Antes había sido la radio, con sintonías conocidas que habían marcado, día a día, la memoria sentimental de aquel país que quería olvidar una guerra. La muerte de Íñigo, de alguna manera, abre una ventana a aquel tiempo que se fue para no volver. La memoria rescata, entre brumas, a la vieja Telefunken de inmensa caja de madera en la yema de los 70. Al fin y al cabo también son trocitos de vida... ~