Vengo observando algo que me parece increíble: existe miedo al poder femenino. En el flamenco, desde luego. Fuera del flamenco también, porque leo cosas a diario que me lo confirman. Ya he averiguado quién es la mujer sevillana que un día de no hace mucho tiempo decidió reunir a diez o doce mujeres para crear un poder femenino que luchara por eso, por el poder. Ya lo tienen. Esta misma mujer a la que me refiero está muy metida en las instituciones andaluzas y desde ahí mueve los hilos para que la mujer mande en el flamenco, como manda actualmente. Que conste que me parece muy bien que la mujer haya cogido las riendas de este arte, aunque no entiendo que los hombres tengan miedo a criticar ese poder. Hay flamencas intocables, artistas que en cuanto les pones un pero te echan encima a todas las feministas de España para que te crucifiquen en las redes sociales. Incluso a sus fans masculinos y representantes, que utilizan lo del machismo como arma arrojadiza para coartar la libertad de expresión de los críticos. En la polémica que he tenido con una artista perteneciente a este grupo de mujeres seleccionadas para formar un poder femenino, el noventa por ciento de los apoyos que he tenido me han llegado de manera privada porque no se atrevían a hacerlo públicamente. Tenían miedo a represalias, y lo puedo entender porque, como le dijo La Macarrona al periodista Galerín, “hay que vivir”. Importantes festivales nacionales e internacionales, de este género, están dirigidos ya por mujeres. El Instituto Andaluz del Flamenco lo ha dirigido una mujer durante más de una década, Mari Ángeles Carrasco. A la que, por cierto, elogié cuando fue cesada de su cargo, por su capacidad de trabajo y buen talante. En un conocido portal de flamenco solo hacen críticas mujeres. Entiendo, pues, que haya artistas que tengan ciertos reparos a la hora de cuestionar algo que haga una cantaora o cantante, que ya da casi igual. Todo esto se empezó a organizar desde Sevilla y por una persona cercana al Partido Socialista, el partido que colocó a dedo a Bibiana Aído en la Agencia Andaluza del Flamenco y a Olga de la Pascua en el Centro Andaluz del Flamenco, con sede en Jerez. Ninguna de las dos tenía idea sobre este arte, pero eso no importaba, lo que importaba era colocar a mujeres en las instituciones públicas para alcanzar el poder en el flamenco, y si eran del partido o cercanas a él, mejor. Había que colocarlas en las instituciones, los festivales, los medios de comunicación, las peñas y las federaciones de peñas. Nada que objetar a esta estrategia del movimiento feminista flamenco, pero sí a que haya miedo a ese poder, como lo hay. Supongo que será por aquello del que se mueva, no sale en la foto.