Morir a pedradas. Morir de amor

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04 abr 2019 / 00:30 h - Actualizado: 04 abr 2019 / 07:14 h.
"Opinión","La vida del revés"
  • El sultán de Brunei, Hassanal Bolkiah. / EFE
    El sultán de Brunei, Hassanal Bolkiah. / EFE

¿Sabe usted quién es el sultán Hassanal Bolkiak? Pues uno de los hombres más ricos del planeta; es el jefe y señor de Brunéi y es un tipo que ha introducido el componente criminal de la ley islámica en el Código Penal de su país. ¿Esto qué quiere decir? Pues que en Brunéi, territorio poblado por 450.000 personas, se aplicará la Sharía, una forma durísima de interpretar la ley islámica. Además, se aplicará a los musulmanes y a los que no lo son (un tercio de la población total), a los musulmanes que comparten esta forma literal de entender la religión y a los que no la comparten. Por tanto, además de penas espantosas, muchos sufrirán un recorte injusto y desmesurado en su libertad religiosa.

Coincide todo esto con que la marcha económica de Brunèi ha empeorado por la bajada de precios del petróleo y del resto de recursos naturales que abundan allí. Tener al pueblo calladito es importante y repartir leña, para un gobernante como este, fundamental. Por cierto, lleva en el poder desde el año 1967. Casi nada.

Hassanal Bolkiak ha colocado a su país en lo que fueron las primeras cavernas. Porque los seres humanos, en pleno siglo XXI, no pueden matarse a pedradas, ni pueden cortar una mano al ladrón, ni se pueden consentir flagelaciones o, por supuesto, penas capitales. Si somos eso nos deberíamos avergonzar. Incluyo en la crítica a cualquier país del mundo, a cualquier ciudadano del planeta que crea en este tipo de soluciones.

El caso es que en el nuevo Código Penal de Brunéi se incluye la lapidación para homosexuales y adúlteros, la mutilación de pies o manos en caso de robo, pena de muerte para los blasfemos, para los que usen el nombre de Alá para difamarle y para los apóstatas (estos son los que quieren dejar de pertenecer a un grupo religioso y, además, sin dejar rastro de haber estado integrado en ese grupo), y flagelación para las mujeres que aborten. Efectivamente, esto es una salvajada incomprensible en los tiempos que corren. En cualquier tiempo, en realidad, sería una salvajada incomprensible.

Cuando me llegan noticias como esta, pienso en la maravilla de país en el que vivo. Y me hace sentir mezquino que me queje de cosas como que el IPC suba una décima, que el kilo de tomates cueste algo más o algo menos o que el cambio de hora es positivo o perjudicial.

Pienso en un par de hombres o en un par de mujeres que se aman y que tienen que pagar por ello con la muerte, con una lapidación brutal y sangrienta y cruel y monstruosa; pienso en ellos y siento pavor y una lástima profunda y sincera. Pienso en una mujer que acaba de vivir una tragedia tan extraordinaria como es un aborto y la imagino recibiendo latigazos hasta el desmayo, siento la injusticia del ser humano que se reviste de justicia divina para justificarse. En fin, podría seguir, pero supongo que no aporto nada a todos aquellos que miran, como yo, asustados el periódico o la pantalla del televisor. Todo esto, supongo, que lo rechazamos millones de personas. Por cierto, que nadie piense que todos los musulmanes están de ese lado. Al contrario, la mayoría de los hombres y mujeres que integran el Islam son buenos, coherentes, están llenos de sentido común y rechazan cualquier tipo de violencia. Como en Occidente.

Pienso y, de verdad, el cambio de hora me da igual. Mucho.