Si se guardara un minuto de silencio por cada trabajador muerto en la construcción de los estadios de fútbol para el Mundial de Qatar 2022, haría falta una hora de silencio antes de cada partido. Como lo oyen, se estima que antes de la inauguración habrán fallecido más de cuatro mil trabajadores por las precarias condiciones de trabajo, prácticamente de esclavitud, a las que está sometida la población trabajadora. Ningún organismo internacional, salvo los sindicatos, han levantado la voz contra semejante barbarie. Cómo me gustaría ver a Felipe González, como hizo en Venezuela, aterrizar en Qatar para denunciar la masiva vulneración de derechos humanos... Perdón, se me olvidaba, estos petrodólares son de esta parte, de la parte de las empresas energéticas que engrasan al expresidente para que hable, de la parte del poder que elige países emergentes para los eventos deportivos y sus festines económicos.
Es una vergüenza mundial el silencio de los organismos internacionales o la podredumbre que derrocha la FIFA admitiendo la celebración de un Mundial en un país con una monarquía feudal y marcado por la explotación laboral y la muerte. El silencio y las decisiones compradas por los príncipes qataríes a las grandes organizaciones económicas mundiales han creado un cóctel de muerte y explotación que parece no importar a nadie. En ese tórrido verano de 2022 seguro que turbantes y corbatas se aliarán para contarnos que «todo salió según lo previsto». Qué son cuatro mil trabajadores menos para gente que ganó millones de dólares en el asunto.