Ayer vi uno de los últimos gritos en telefonía móvil, uno que se lleva en la piel, en el antebrazo. Giras la muñeca y aparece la pantalla en tu pellejo. Creo que hace unos años escribí que el móvil del futuro estaría en el interior de tu cuerpo, en la cabeza, un microchip que se activaría no ya con tu voz o el tarareo de una canción de Bisbal, sino con el pensamiento. Lo ideal sería que el microchip estuviera en un testículo, da igual uno que otro. Alguien te llama, sientes un ligero cosquilleo o una leve vibración y antes de atender la llamada ya se te pondría cara de salido. Tendrías que desconectarlo en tus cumpleaños, por razones obvias, porque estarías todo el día tocándote las pelotas, costumbre muy española, por otra parte. ¿Dónde estará el límite de este gran negocio? Ni se sabe. Dentro de dos o tres años la mitad de la población mundial tendrá un móvil y, ante tal demanda, los grandes genios de la electrónica trabajan ya sin desmayo en los futuros diseños, cada día más avanzados y raros. Usted puede estar parado, arruinado, sin ganas de vivir, pero si tiene un buen móvil lo tendrá todo.