Al hablar de mutualismo podemos explorar dos escenarios diferentes, basados en la Teoría Económica o en la Teoría Ecológica. En esta Tribuna nos interesa destacar la versión ecológica del mutualismo, si bien trataremos la aproximación económica a título histórico. La palabra mutualismo viene del latín mutuum, que significa intercambio, y manifiesta la idea de reciprocidad en una transacción.
En el marco económico (social) el mutualismo es una corriente del pensamiento anarquista, atribuida históricamente a Pierre Joseph Proudhon, que esencialmente propone una sociedad futura sin Estado donde la propiedad de los medios de producción pueda ser individual o colectiva siempre que el intercambio de bienes y servicios represente cargas equivalentes de trabajo (teoría del valor–trabajo). Cuando un trabajo, o algo que este produzca, es intercambiado deben estar implicados bienes y servicios en equilibrio con el valor o esfuerzo productivo del trabajo o servicio generado, de igual valor o utilidad, si se recibe menos en el intercambio de bienes y servicios se produce la explotación o la usura. Si hay explotación el intercambio no es simétrico entre el esfuerzo del trabajo realizado y el bien recibido, y no se alcanza una sociedad mutualista donde todos ganen.
En la sociedad actual donde el dinero vale más que la persona y el fin es crecer sin límites, como lo denuncia el Papa Francisco –se recomienda leer y meditar dos documentos del Pontífice: Evangelii Gaudium y Laudato Si– la relaciones recíprocas que favorezcan el bien común, como valor distribuido, no abundan, prevaleciendo en cambio la explotación a muchos niveles. En el marco ecológico, el mutualismo es un proceso de interacción entre poblaciones. Si observamos la Naturaleza vemos que si hay relaciones de explotación, por ejemplo la depredación, donde una especie gana y otra lo pierde todo. También hay en el mundo natural relaciones de competencia, a veces feroz, entre especies (competencia interespecífica) o dentro de la misma especie (competencia intraespecífica). Ambas pueden ser muy feroces.
Estos procesos, que forman parte de la dinámica de las poblaciones en el mundo natural, han inspirado visiones también feroces de la sociedad, su desarrollo y las relaciones de trabajo, en general, de las relaciones humanas, justificando, al menos en parte, la explotación del ser humano por el propio ser humano. Es como si pensáramos que como la explotación y la competencia están en la Naturaleza, nos es permitido establecer un sistema social basado prevalentemente en ellas. Esta idea constituye un error grave desde el punto de vista ecológico, ya que hay otras fuerzas con poder ecológico y evolutivo en la Naturaleza donde buscar inspiración. Pero también constituye un error por otra razón: el ser humano es un ser consciente que entiende y sabe, tiene conciencia de sí mismo y sus relaciones y, para algunos, tiene una vocación de trascendencia. Si sabe que es y donde está y tiene consciencia y conciencia, y entiende su papel en la evolución y el mundo, ¿por qué en su desarrollo social y económico copia relaciones de explotación y competencia que conducen a vencedores o vencidos? ¿Donde está la noción de Noosfera del científico jesuita Pierre Teilhard de Chardin?
En la Naturaleza hay otros modelos donde inspirarnos. Las interacciones positivas entre especies, donde todos ganan y persisten, se encuentran por toda la Naturaleza. El colibrí, y otras aves polinizadoras, dispersan el polen de las plantas a cambio de néctar; ambos ganan y el sistema se mantiene. Las plantas esta asociadas a hongos y las hifas de hongo micorrícico se extienden alrededor de las raíces aumentando la capacidad de la planta para recolectar nutrientes del ambiente; a cambio de los nutrientes, la planta entrega azúcares producidos por fotosíntesis a su compañero fúngico; ambos ganan y el sistema se mantiene. Pensemos en un liquen, una asociación simbiótica de un alga y un hongo. Los dos obtienen beneficios y forman un cuerpo especial, el cuerpo del liquen, que no es ni un hongo ni un alga, y así pueden vivir en enclaves que los dos por separado no pueden. Es decir lo que hacen los dos juntos no lo pueden hacer por separado. En la Antártida, un medio donde solo hay dos especies de plantas con semillas, viven más 300 especies de líquenes. El alga alimenta al hongo y el hongo protege al alga de la desecación; ambos ganan y el sistema se mantiene. Hay infinitos ejemplos de este tipo de relaciones positivas generada en la Naturaleza, en la Creación, a través del proceso evolutivo, y constituyen el mutualismo, es decir, interacciones entre individuos de diferentes especies que benefician a todas ellas. Aristóteles ya reconocía en sus estudios estas relaciones, sin embargo en el mundo científico actual han recibido menos atención que las relaciones de otro corte, como la explotación y la competencia.
Afortunadamente esto está cambiando, mostrando una imagen de la Naturaleza que deberíamos imitar. Actualmente ya se sabe que las relaciones mutualistas en la Naturaleza no solo implican a pares de especies, sino que hay relaciones que implican a tres, cuatro, cinco o más especies, de forma que se habla de redes mutualistas. Estas redes mutualistas generan beneficios para todos sus socios en un régimen de equilibrio entre valor y trabajo; de nuevo todos ganan y la relación se mantiene. Existen también conocidas relaciones mutualistas entre los seres humanos y otras especies de la Biosfera, el espacio vivo compartido, la casa común del Papa Francisco. Es muy ilustrativa la relación mutualista entre el ave llamada «guía de la miel» (es la especie Indicator indicator, perteneciente a la familia Piciformes) y los habitantes del África subsahariana. El ave atrae la atención de un ser humano volando cerca de él al tiempo que emite un canto de reclamo y se aleja volando. Aparece de nuevo y se posa en un lugar visible y lanza reclamos para que el ser humano la siga y así lo conduce a la colmena.
El ser humano obtiene la miel como beneficio y el ave obtiene la cera que generan los humanos para hacer velas (se come trozos de cera de los candelabros que sirven de iluminación a los humanos, muchas veces en las capillas de las Misiones) y también de las abejas muertas que dejan los humanos después de haber obtenido la miel. Ambos se benefician y la relación es estable.
Hay muchos casos de mutualismo en la Naturaleza entre especies diferentes, incluso redes de especies, y también de mutualismo entre la especie humana y otras de la Biosfera. Si esto es así y genera relaciones positivas para los socios, estables en el tiempo, si hay razonamientos económicos y sociales favorables para este tipo de interacciones positivas de tipo mutualistas que favorecen al bien común ¿por qué parece que ocurre todo lo contrario al observar el mundo hoy? Quizás deberíamos pensar sobre esto.