No puedo rendirme

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27 nov 2015 / 22:49 h - Actualizado: 27 nov 2015 / 22:50 h.

Qué más quisiera yo que aceptar la realidad, que creer en las promesas, que autoengañarme pensando que lo podrían intentar. Qué más quisiera yo que poder confirmar que de la mano de cualquiera, un tema de Estado, de tanta magnitud social, de tantísimo calado, que recorre las venas de la Constitución, las entrañas de las instituciones y de los gobiernos, que pone patas arriba todos los modelos diseñados, para la gestión de una sociedad profundamente capitalista y patriarcal, más o menos amable, que necesita para sobrevivir la subordinación de la mujer, eso sí, cada vez más sibilinamente, aunque a veces, como en la violencia de género, adquiera expresiones que les empaña sus objetivos.

Qué más quisiera yo que no os confundieran, qué más quisiera yo que ser sumisa con los míos y con las mías, o al menos, mucho menos irreverente, pero me duele la muerte, me duele la vida mal vivida, me duelen las vidas truncadas, me duele la pasividad, me duele que ser mujer lleve un plus de humillación, renuncia y miedo. Me aterroriza que las mujeres sean las mayores consumidoras de antidepresivos, de somníferos, las mayores usuarias de los servicios médicos, me estremecen los 25-N, me sobrecoge que sean demasiadas las mujeres que no conocen el derecho a ser feliz.

Ese chiste que hiciste, ese vídeo del Whatsapp graciosillo que rebotaste, esa mirada obscena, esa prenda rosa sin usar para tu bebé varón, ese carnet de fútbol para tu hijo, y no para tu hija, ese traje de princesita adiestrándola para el amor posesivo, ese WC jamás limpiado por el padre, ese familiar enfermo exclusivamente cuidado por la mujer. Esas pequeñas cosas van amueblando la catedral de las relaciones humanas, necesariamente desiguales, para que unos puedan ser, sin condiciones, aliados de los verdaderos artífices de la fractura social y de género, en la que se desarrollan y se mueve esta España dormida, que no acaba de despertar. Aprendí que rompe lazos el olvido, que no se puede dejar ni un segundo de sembrar, que las mujeres se anulan cuando asumen la violencia y la impotencia, tornándose muy lento su caminar.