Norte y sur, señorita Escarlata

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28 oct 2017 / 21:14 h - Actualizado: 28 oct 2017 / 21:15 h.

Hay un realidad incontestable: que son los ricos los que se separan de los pobres y que lo contrario no sucede nunca. Vean sino los casos de Cataluña, País Vasco, Quebec, Escocia, Flandes o la Padania italiana, por sólo citar los casos más activos y cercanos. Todas ellas son comunidades con un producto interior bruto muy superior a la media. Pues bien, las razones que abonan las ansias de libertad son comunes a todas, aunque como luego veremos cierto pudor obligue a disfrazarlas: si se suelta el pesado lastre del sur, ese pozo de gasto sin fondo, las cosas irán inconmensurablemente mejor. Eso sí, quienes claman por la libertad de sus pueblos son propensos a pensarlos como un todo homogéneo, sin fisuras visibles, el pueblo como una unidad de destino en lo universal. Porque la obsesión nacionalista tiene algo de ceguera selectiva. Para el nacionalismo irredento la libertad de los pueblos y la liberación de la clase obrera van cogidas de la mano. Trabajo, solidaridad, cultura, educación, sanidad, democracia y un sinfín de cosas más son el maná que les espera en la arcadia feliz.

Podrá objetárseme que los ejemplos citados son comunidades políticas diferenciadas por una historia y una lengua propias. Cierto es, mas sin embargo no es esta verdad causa suficiente para justificar la independencia. El movimiento secesionista necesita de algo más y en el hecho cuantitativo encontrará el reactivo. Para que una comunidad de rasgos culturales particulares clame por la independencia es necesario, como condictio sine qua non, que sea rica. No resulta difícil comprobar que con los hechos culturales diferenciales se convive bien, inclusive con el delicado asunto de las lenguas (cfr., Bruselas). La cuestión económica, sin embargo, es otra cosa. Resolverla es muy difícil, plantearla mucho más. Poner sobre la mesa que no se quiere seguir contribuyendo a la solidaridad común causa sonrojo y, como poco, será causa de graves enojos. Es por eso que al secesionismo le resulta necesario excitar el discurso identitario: Somos un pueblo (y los demás nos roban la cartera).

¿Por qué creen que el lendakari Urkullu ha sido tan activo como mediador entre Barcelona y Madrid esto días? ¿Para defender la unidad de España? Si Cataluña se independizase los siguientes en intentarlo serían los vascos, aunque solo fuese por orgullo. Pues bien, casi con seguridad seguirían siendo españoles. La cultura y el patrimonio (concierto y cupo) del pueblo vasco están a buen recaudo en la España constitucional, mejor no correr riesgos.

Andalucía, señorita Escarlata, nunca ha sido nacionalista, ¿sabe usted? Diría que más bien justo lo contrario. Con nuestro 4-D y nuestro 28-F lo que intentamos fue ponerle freno al privilegio, un hermoso intento de construir la federación de los iguales.