Llevamos décadas en un círculo vicioso nada ejemplarizante: criar linces ibéricos en reservas para conseguir su salvación como especie, siempre en entredicho, y dejar a continuación que sean atropellados en las carreteras.
El conocido ciclo debe de ser muy frustrante para tantos profesionales como dan lo mejor de sí por esta causa del lince convertido en emblema no solo de la biodiversidad andaluza, sino de la concienciación de los andaluces con el respeto a su ecosistema. Y, sin embargo, casi un tercio de los linces que pasan de su segura cautividad a la quiniela de su libertad terminan siendo víctimas de la macabra estadística. Cuando no son los cepos y las trampas inoportunos, son los furtivos. Y cuando no, las carreteras. Por si no tenían bastante con la especulación urbanística, que todo hay que decirlo.
Acaba de morir atropellado Esencia, que era el lince ibérico macho más longevo de cuantos vivían en Doñana. Ha muerto en una carretera del término municipal de La Puebla del Río, precisamente junto a la reserva natural concertada Dehesa de Abajo. Y su muerte, tan simbólica por ser el patriarca de todos los linces vivos, no ha dado más que para una nota de prensa, que es ese réquiem volandero de la modernidad. No obstante, la muerte de Esencia es la esencia de la muerte misma, no solo de los linces, sino de este proyecto eternamente inacabado de su salvación por parte de una administración que invierte todo lo que puede en su crianza, pero no todo lo que debe en su conservación. La inversión más necesaria no siempre es económica, sino imaginativa, educativa, reguladora.
El reto es que los niños andaluces de hoy no sientan cuando se hagan hombres que con el lince siempre se está volviendo a empezar, como si no se hubiera hecho nada. Porque sería tremendamente injusto. Con los linces y con nosotros mismos.