Nos quemaremos en el infierno

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27 ago 2019 / 07:55 h - Actualizado: 27 ago 2019 / 07:31 h.
"Triana","Ciudadanos","Antropología","Terrorismo","Incendios","Periodismo","Supermercados","Los medios y los días","La calle"
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Si algún día tuviera la desgracia de ser víctima mortal de un atentado terrorista mi muerte no tendría importancia. Pero la muerte de millones de hectáreas de arbolado en todo el mundo es un suicidio de la Humanidad y los terroristas que lo permiten tienen carta blanca para hacerlo. A los otros terroristas, los de ideologías radicalizadas varias, los persiguen hasta en sus escondrijos más arcanos y profundos; a los que queman no, pero esos nos están matando a todos de una forma más cruel y masiva que los otros. La explicación no creo que sea difícil de suponer: junto con los pirómanos mala sangre, los terroristas, llamémosles clásicos, luchan contra el Poder, lo inquietan y lo ponen en peligro mientras que el terrorismo ambiental tiene detrás en numerosísimas ocasiones a las grandes corporaciones del Poder.

En muchas partes del mundo, los árboles no tienen valor. Yo vivo en una de ellas, en Sevilla el mejor árbol es el árbol cortado y puedo ver en medio del Aljarafe y otros lugares de los alrededores de Sevilla, urbanizaciones enteras achicharrándose al sol donde los árboles y la tierra de los minúsculos jardines se eliminan para dar paso a las losetas porque, mitre usted, hay que ver la de mierda que echan los árboles y cómo se pone la casa de sucia con las pisadas en la tierra. Por tanto, en casa y con el aire acondicionado a toda pastilla, otro servicio más al vehículo en el que viajamos, pero como somos los reyes de la Creación hacemos con la Tierra –y lo que venga en el futuro, ya vamos a bombardear Marte- lo que nos dé la gana.

En Triana, tuve el placer de vivir en un piso con un patio comunal rodeado de naranjos y con una fuente en el centro. Hasta que no cortaron los naranjos y dejaron aquello pelado y al sol no pararon unos vecinos arboricidas. A veces, hasta me enteraba de que un grupo de vecinos pedía la tala del arbolado de la calle San Jacinto. Claro, estas cosas los medios se las suelen callar porque, a fin de cuentas, se trata de clientes potenciales y los públicos son una de las causas del mal periodismo que sufrimos porque hay que servirles aquello que les gusta como si estuviéramos en un restaurante. Yo, si me tengo que callar, no tiene más que decírmelo esta empresa y ya veremos si me largo a mi casa o escribo todos los días sobre Sevilla y olé, lo mejó der mundo.

A nivel macro, recibo mensajes de progres y snobs que se escandalizan con los incendios de la selva amazónica. El Amazonas –y otras grandes selvas del planeta- llevan decenios de destrucción, cuando a finales de los años 80 estaba estudiando un doctorado en antropología, el profesor nos explicaba cómo la etnia yanomami era una de las que conocíamos muy poco porque estaba oculta en aquella vasta selva. Pero hace ya años que las máquinas que derriban árboles dieron con ella. ¿De dónde se creerán estos que me escriben mensajes que vienen las pamplinas que nos comemos para no morirnos nunca y tener el cuerpo presuntamente sano?, ¿esos productos que compramos en esas “calles” de los supermercados e hipermercados dedicadas a nosotros los pamplinosos ciudadanos occidentales? Pues de tirar árboles en las selvas y sembrar nutrición presuntamente sana. ¡Hala!, nosotros a vivir y que los nativos y los árboles se vayan al carajo.

En el fondo, somos tan incendiarios como los incendiarios. Nos quemaremos todos en el infierno con todas las tonterías que nos traemos entre manos.