Recuerden en los próximos días un aforismo de Groucho Marx, mientras asisten con lógica preocupación a la cuenta atrás del ‘choque de trenes’ planificado en Cataluña para obligar al Gobierno a garantizar por la fuerza el control de la soberanía nacional, y así escenificar en Barcelona que son pobres víctimas y dignos mártires de un Estado represor. El mejor marxista de Broadway proclamó: “Nunca pertenecería a un club que admitiera a un socio como yo”. Ya falta poco para que algunos de los arteros instigadores del secesionismo catalán la incorporen a su argumentario y la centrifuguen para llegar a decir que ellos son independentistas a pesar de ellos mismos. En realidad, solo querían seguir robando con fineza, o delegar que otros lo hicieran en su nombre con la misma galanura. Y atrincherarse en la impunidad de los intereses creados durante décadas entre familias enteras de políticos, empresarios, altos cargos, jueces, periodistas, abogados, catedráticos, arribistas y demás cómplices necesarios para evitar ir a la cárcel y no quedarse sin paladear las mieles de las fortunas bien blanqueadas.
Tampoco olviden otra máxima, mucho más severa, del escritor inglés Samuel Johnson: “El patriotismo es el último refugio de los canallas”. E igual de certera para reflejar la colosal impostura a la que están abocando a millones de ciudadanos que viven en Cataluña, ya sean payeses del Ampurdán, médicos de la sanidad pública nacidos en Zamora, inmigrantes bolivianos, abonados con pedigrí del Liceo, fiscales manchegos que sacaron su plaza en Tarragona, mendigos sin techo en Sabadell, policías autonómicos que votan a Inés Arrimadas, directivos europeos de empresas con delegación radicada en el área metropolitana de la Ciudad Condal, andaluces del Llobregat en edad de jubilación, aerolíneas que aterrizan en el Prat e incluso a los honestos republicanos que forjaron su identidad en el antifranquismo, abogan tranquila y decentemente por sus ideas, y no se merecen un Rufián de portavoz.
Los presuntos patriotas ya se han precipitado a completar el círculo vicioso de la alienación. Le están pidiendo a la población (imaginen las presiones a los empleados públicos) que no vaya el próximo lunes día 6 a trabajar, con el fin de que se movilice en las calles e impida simbólicamente que Artur Mas cumpla su obligación de entrar en el Tribunal Superior de Justicia para ser juzgado. Entretanto, se suceden las detenciones y las revelaciones sobre las mafiosas corruptelas institucionalizadas por su partido en la concesión de obras, saqueando las arcas públicas. La respuesta ante tamañas evidencias no es desmontar la farsa y admitir la verdad de las mentiras. Siguen y siguen recreciendo el tótem de la Identidad, como la ley sagrada que todos han de reverenciar. Y pronto repartirán pancartas (por supuesto, pagadas con el dinero que les transferimos desde el Fondo de Liquidez Autonómica para tapar su quiebra) para que miles de catalanes llenen la Diagonal reivindicando obligatoriamente con presunta espontaneidad: “Nos roban, sí, pero son los nuestros”.