Nosotras no somos el premio

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Pepa Violeta Pepavioleta
11 ago 2019 / 12:04 h - Actualizado: 12 ago 2019 / 14:50 h.
  • Nosotras no somos el premio

El Tour de Francia, es una de la pruebas ciclistas más importantes del año. Una de las más seguidas por televisión y comentadas. También una de las más sexistas. Mujeres entregando al ganador su recompensa, dando besitos en posturas imposibles, mientras intentan estirarle algunos centímetros a la falda, para poder agacharse con dignidad y poder recoger el ramo de flores que entregan. Como parte del atrezzo, estas mujeres ocupan el espacio en el podium deportivo que el patriarcado quiere cederles. No como deportistas, sino no como floreros, como objetos sexuales.

Todos los años, nos comemos la misma polémica sobre si estas azafatas deberían estar de esta forma en las competiciones deportivas y minimizando la cuestión, llegamos a razonamientos surrealistas como que no deja de ser un empleo más, que las azafatas no están forzadas y hacen ese trabajo porque les gusta mostrar su imagen y ganar dinero con ello.

Quizás, lo complicado de todo esto es crear conciencia del sexismo en estas imágenes, que gracias al poder audiovisual se meten en los hogares de todo el mundo sin excepción. Desde el más progresista al más machista. Todos y todas guardamos de forma inmediata e inconsciente, estas imágenes en nuestros archivos mentales y ahí se quedan, en nuestra biblioteca, a la que recurrimos cuando necesitamos crear modelos masculinos versus femeninos y dotarlos de sentido.

Este trabajo de azafata podríamos incluso comprarlo, si de la misma forma hubiera competiciones deportivas femeninas de esta calado y también existieran azafatos que besaran a las ganadoras, se dejaran empapar por champán hasta que la ropa fuera parte de la piel y posaran como un objeto más ¿Alguien asume que esta proyección mental imaginaria que nos acabamos de montar, a modo de fantasía erotizada podría darse alguna vez en la vida real? Sabemos que no, por eso hablamos de sexismo sin dejarnos ni una letra. Desde el movimiento feminista se exige acabar de una vez con el papel de la azafata florero. Ya está bien de cosificar a las mujeres. Ellas deben ocupar el mismo espacio que ellos en el deporte, no somos accesorios. No se confundan señoros míos, que nosotras no somos el premio.

En la web change.org se ha lanzado una petición para solicitar el final de la azafatas de podio, en el Tour de Francia y ya han reunido más de 28.000 firmas.

Los distintos comités deportivos, de los numerosos encuentros ciclistas que se celebra durante el año, ven retirar a la azafatas de la entrega de premios como una moda pasajera. No se toman en serio la cuestión, porque sinceramente no hay voluntad de cambio ni conciencia de que estas actitudes incurren en sexismo, que perpetúan los estereotipos de género. Mucho trabajo nos queda aquí, porque acabar con los rituales, costumbres y tradiciones en este sentido, implica un desaprendizaje y una voluntad de cambio. La exuberancia en los outfits que se pueden observar en los podios de Tour y Giro y el posado del ganador con dos mujeres besando sus mejillas, son proyecciones que debemos desterrar del imaginario colectivo, para no sentar nuestro discurso igualitario en un terreno mal abonado, del que no podamos sacar provecho. Establecer las bases de un proceso que implica tanto esfuerzo, debe iniciarse con una ruptura total de todos aquellos patrones, que ya en sí ponen de relieve desigualdades. Donde hombres y mujeres adoptan roles activo/pasivo.

Mantener a las Grid Girls (chicas de la parrilla) o paragüeras implica aceptar las normas de una sociedad machista, que no reconoce el éxito femenino, que usa a las mujeres como complemento, que las cosifica y las sitúa en una posición pasiva ante el deporte. No está mal que el ganador de un Tour reciba un beso. Seguro que están encantados de que dos azafatos, es decir dos chicos, sellen dicho triunfo con una par de besos sonoros. Demos nombre a la hipocresía y reconozcamos que el hecho de besar nos preocupa poco, porque para el machismo lo importante no se centra en el beso en sí, sino en quién lo da y quién lo recibe. El machismo necesita legitimar su supremacia con escenas como estas, en las que el hombre ocupa el centro del universo y las mujeres estamos cerca para embellecer sus momentos de gloria.

No es casualidad que la ganadora del Tour de Francia femenino, Marianne Vos se encontrara sola en la sala de prensa con un único periodista, dispuesto a narrar su éxito. Mujeres que reciben regalos como kits de belleza o depilación y bañadores cuando ganan pruebas deportivas. Silencio sepulcral ante hitos históricos y récords mundiales, cuando son ellas las triunfadoras. Organizaciones deportivas anquilosadas en el medievo que impiden a las mujeres que ocupen las primeras posiciones junto a los hombres en el descenso del Sella... y así podría tirarme todo la tarde. Poniendo mil ejemplos reales del trato que reciben las deportistas y las mujeres en general en nuestro civilizado planeta.

Cuando desde el feminismo se denuncian estas cuestiones y el patriarcado nos reta con discursos perversos, para retratarnos como unas locas extremistas, la tristeza me comprime. Cuánto daño hace el peso de la tradición y cuánto nos limita.

Vayamos más allá de cuestiones feministas y plantemos cara a tradiciones absurdas que nos impiden evolucionar. La quema de infieles o el despelleje humano en los antiguos circos romanos, donde el hombre se convertía en presa de animales para el disfrute de un público hambriento de sangre y violencia... fueron salvajadas en su día, muy bien integradas como parte de una tradición que nos identificaba. Pero nuestra capacidad de sentir, razonar y construir estructuras de convivencia social, hace que poco a poco vayamos puliendo nuestro lado más animal, para apostar por modelos más racionales. Hombres y mujeres deben ocupar los mismos espacios y olvidarnos de estereotipos sexistas que nos separan. Cuestionar lo establecido en cada oportunidad que tengamos, hacer caso a nuestra intuición y darle la vuelta al discurso. Esto último, es la clave para no dejarse engañar por la contraofensiva patriarcal y valorar si algo es sexista o no.

Si después de hacer este juego de cambio de roles, la cuestión te chirría... bingo!! El sexismo acaba de hacer acto de presencia. Si no eres capaz de naturalizar la imagen de una ciclista en el podium del Tour de Francia rodeada de azafatos que la besan con la ropa justa, mientras otro sujeta un paraguas poniendo morritos, tenemos un conflicto que resolver, mil rituales que cuestionar y muchas tradiciones que abandonar.