Nuesto médico de cabecera

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27 abr 2018 / 20:33 h - Actualizado: 27 abr 2018 / 20:36 h.
"Obituario"

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Se nos fue otro de los Vicentes. Era nuestro contertulio, nuestro amigo y nuestro médico de cabecera. Una terminología hoy no utilizada pero, para nosotros, mucho más expresiva que la de médico de familia que la ha sustituido. Y ello, por cuanto significa aquella de disponibilidad, de inmediatividad, de cercanía, de afectividad y de tranquilidad para el paciente. El doctor D. José Bolaños López, Pepe Bolaños para nosotros, ejerció la medicina, en este concepto humanizador, hasta un mes antes de su fallecimiento. No tuvo nunca duda de quienes eran sus prójimos: lo fueron siempre sus pacientes, todo aquel que se le acercaba buscando, no solo sus saberes médicos sino también su conversación, sus palabras y su ayuda humanitaria. Siempre se contaba con su entrega.

Si es cierto, como dice un filósofo actual, que los tres infinitivos que encierran el contenido de la vida son amar, pensar y vivir, Pepe los encarnó en su vida plenamente, hasta que su cotidianidad se vio truncada por la muerte de su esposa Cándida, después de casi cincuenta años de matrimonio. Y esos tres infinitivos de la vida de Pepe los vivimos juntos.

Amar. Nos hemos querido, nos hemos perdonado y siempre hemos gustado de estar juntos, al menos un día a la semana, durante casi cuarenta años. Hemos reído, gozado, sufrido y llorado juntos. Pero su capacidad de amar, casi de modo insensible, se fue apagando cuando le faltó el asidero de su gran amor.

Pensar. Hemos pensado juntos, desde el entendimiento compartido de que la verdad solo se revela y crece entre una diversidad de opiniones. Opiniones cruzadas entre nosotros a veces muy templadamente y otras muy apasionadamente. Todos hemos aprendido de todos. Tomos hemos crecido personalmente en la búsqueda conjunta de la verdad. Pero, en los últimos años, Pepe había perdido curiosidad e interés. Hasta en su gran pasión: la música. A veces se aburría en medio de nuestras discusiones y controversias. Y todos lo notábamos.

Vivir. Y hemos vivido juntos. Hemos compartido vida siempre con alegría y, a veces, con esfuerzo. Y ese compartir nos ha llevado a una amistad sentida, querida y profunda. ¡Y como intensifica la vida ese tipo de amistad! Pero Pepe, hace ya más de un año, dejó de tener interés por la vida. No tenía ganas de vivir. Y en los últimos meses esa desgana creció. Murió en 24 horas. Lo cierto es que llevaba ya algún tiempo muriendo por dentro. Desde muy temprana edad, Pepe, como todos nosotros, depositó el sentido de su vida en las manos de Jesús de Nazaret. Y ese sentido fue madurando al mismo tiempo que maduraba su inteligencia y su voluntad. Como a todos nosotros, le asaltaban dudas y expresaba inconformismo. No hay auténtica fe sin dudas repetía Unamuno. Y se impuso la esperanza y la confianza en el Dios de Jesús, en el Dios Padre del hijo pródigo, en el Dios Padre de todos nosotros. Un Dios, al que, en su fuero interno, se dirigiría en los últimos años, con los versos de Unamuno: «Agrándame la puerta Padre / porque no puedo pasar / la hiciste para los niños / yo he crecido a mi pesar». Ya la has pasado, Pepe. Ya estás con Él. Y siempre estarás con nosotros.