Nun

Les propongo un provecho del que no se arrepentirán. Busquen en internet –si no lo conocen ya– la charla en el centro Pedro Arrupe de la hermana Guadalupe Rodrigo sobre la situación de los cristianos en Siria y Egipto

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12 abr 2017 / 23:00 h - Actualizado: 12 abr 2017 / 23:05 h.
"Cofradías","Tribuna","Semana Santa 2017"
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No pierdan el tiempo leyendo estas líneas. Les propongo un provecho mejor del que no se arrepentirán. Busquen en internet –si no lo conocen ya– la charla en el centro Pedro Arrupe de la hermana Guadalupe Rodrigo sobre la situación de los cristianos en Siria y Egipto. Y abstráiganse de todo en una hora larga que parecen cinco minutos, dejándose llevar por el tono amable de acento argentino de esta religiosa, suavizando su descripción de la horrorosa experiencia de ser cristianos en Oriente y el porqué del atentado del Domingo de Ramos en Egipto. Y sobre todo paren el vídeo cuando explica el significado de ser nazareno en medio de aquel campo de minas del radicalismo islámico. Hoy Jueves Santo, Madrugada del Viernes, estremece especialmente oírlo.

Llevamos en Sevilla seis días y quedan otras cuatro jornadas, reviviendo el gozo de salir de nazarenos, mezclarnos entre los nazarenos, apurar esa alegría de los altos capirotes poblando nuestras calles que luego añoraremos doce meses, sentir el repeluco de la túnica dispuesta en casa y de cada liturgia que acompañó las vísperas: sacarla del altillo, lavarla y plancharla en las horas palpitantes de la inminencia, ultimar sus complementos, dejar que preparada protagonizara el salón de casa, revestirnos de ella o ayudar a revestirse a otros con más trascendencia que un cardenal recién elegido Papa abrochándose por vez primera la sotana blanca de sucesor de Pedro. La etiqueta de nazareno forma parte consustancial desde siempre del ser del sevillano, con mis respetos a otras creencias o aconfesionalismos. Desde la infancia de antifaz remangado hasta la mortaja de cola o de capa. Desde el caramelo y la varita hasta la papeleta de último tramo y medalla con los titulares desgastados. Ser nazareno es un sinónimo de gloria, de virtuoso orgullo, de militancia en la hermosa manifestación que ponemos en la calle estos días. Y, si se me permite, un título que puede resultar gratis si se ejerce en la corriente a favor de la fiesta y las tradiciones de nuestra Semana Santa.

Pero después de oírle a la hermana Guadalupe lo que allí cuesta la condición de nazareno he puesto esta Semana Santa un antes y un después en mi vida a eso de incorporarme a una fila de penitentes. He visto incluso que el problema del crecimiento de las filas nazarenas (benditísimo problema diría la hermana Guadalupe) no es de número sino de descompensación. Tenemos aquí lo que para los de allí sería un sueño, un anhelo de supervivencia. Y estamos obligados a hacer el acordeón como los buenos diputados con nuestros hermanos nazarenos de allí porque la fila es la misma. Lo que suceda allí, un cruento parón, un corte sanguinario, no creamos que nos será ajeno. Lo dice bien claro la religiosa. Pese a los miles de kilómetros: que el cristianismo tienda a desaparecer de esos países, se borre la presencia cristiana en aquella tierra de prueba, la tierra donde todo empezó, sería un grave problema para Occidente, un retroceso, una ola cuyo tsunami acabaría llegando hasta aquí.

Y, pararse ahí, los cuatro zancos a tierra, pongan atención cuando explica el título que he puesto a estas líneas: «La letra nun es la primera letra de la palabra nazareno en árabe. Nazarenos es como somos llamados los cristianos en boca de los musulmanes porque así está escrito en el Corán. Los nazarenos, así nos llaman, y por eso, especialmente los grupos más extremistas como los del estado islámico, cuando van entrando en pueblos, ciudades, barrios, van marcando las casas de los cristianos con la letra nun, para identificar las casas de los cristianos donde hay que entrar matando. Por eso se ha hecho la letra nun el símbolo de los cristianos perseguidos. La letra nun».

Con su forma de herradura redonda, yo he visto esa letra nun este año superpuesta a todos nuestros escudos, insignias y estandartes como emblema principal bordado en ellos. Estremecido por la diferencia entre lo que aquí y allí significa de diametralmente opuesto, aun siendo lo mismo, ser nazarenos. La sangre que allí cuesta debe ser aquí todo un compromiso Aquí gozo y fiesta, costumbre y vivencia. Allí prueba, miedo y muerte. Estamos hablando de una realidad trágica que no nos puede dejar indiferentes y que clama nuestra solidaridad.

Entre tantos nazarenos, esta noche partirán de San Antonio Abad abriendo la comitiva más hermosa, la de las seis cofradías de la Madrugada, los más genuinos, los que son considerados los Primitivos Nazarenos de Sevilla, los que nos bautizaron a todos los que vinimos después, los que crearon nuestra forma de integrar y levantar esta celebración a imitación de Jesús, de Jesús, eso, el Nazareno. Debe el Silencio volver a ejercer como institución Madre y Maestra. Y abanderar también por su condición de paradigma nuestro mensaje de respuesta al acoso brutal de ese contraste. Observen hoy por la mañana, en la visita a su templo, cómo el paso del Nazareno por excelencia está rodeado en la balconada de su nave, por las siluetas recortadas de los nazarenos más eximios de su historia, origen de nuestra propia historia. Morados seguidores del Hijo de Dios encarnado. Mirad luego en su silente cofradía la «espásnúa» torera que recuerda el compromiso de derramar nuestra sangre por defender nuestra Fe. Esa espada desnuda debe representar esta noche, más allá del matiz concepcionista de antaño, a todos los cristianos perseguidos que están derramando el caudal de sus venas por el simple hecho de ser nazarenos. Deberíamos acercarnos a besar esa espada como nos acercamos a hacer lo propio con el Lignum Crucis de la Vera Cruz, con la reliquia de San Francisco de los Javieres, con la del Beato Diego José de Cádiz del Gran Poder. Casi que debería pasar a ocupar el sitio central desplazando a la bandera del Sicut Maria. Porque el dogma mayor de nuestra fe es que la verdad se predica con el ejemplo. Y el ejemplo de nazarenos nos lo están dando esos cristianos que ya quisieran el lujo de preocuparse tan solo de la «tragedia» de dos minutos más en carrera oficial, o de que se presentan dos candidaturas a unas elecciones a Junta de Gobierno o que el encaje del rostrillo vaya más abierto que el año pasado.

Allí en Siria, en su ciudad principal, la más castigada, Alepo, cuando alguien decía: «mira, un nazareno», lo más probable es que sonara a continuación la ráfaga de una metralleta o el estallido de un misil que se comía la esquina de toda una manzana dejando un rastro de destrucción apocalíptico. Y a pesar de todo, óiganlo en el vídeo, la alegría cotidiana no se borraba del rostro de aquellos cristianos, de aquellos nazarenos tan brutalmente amenazados.

Aquí en Sevilla, cuando alguien dice: «mira, un nazareno», seguramente la voz es la de un niño que estrena en esa palabra la felicidad de una Semana Santa recién empezada y lo que explota es la vida y el gozo de esa tierra prometida y alcanzada de cada año que es el Domingo de Ramos. Y a pesar de eso, seguimos encendiendo nuestros cañoncitos particulares que nos impiden ser testimonios diarios del Galileo.

Un contraste excesivamente duro como para no tenerlo en cuenta. Como para no valorar las dos caras tan opuestas de este mismo y único Jueves y Viernes Santo que, ustedes perdonen, quizá les he amargado un poquito. Se trata de lo contrario, de poner aún más en valor el valor de lo que estamos viviendo. De eso va el día de hoy, el pan de la Cena, las sombras de Getsemaní y todo lo que viene luego. No tenía yo que esmerarme en buscar hoy figuras literarias y preciosas frases y metáforas. Hoy me ha bastado golpear en el teclado una sola letra. La letra nun.