Nutricionistas

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08 sep 2018 / 19:04 h - Actualizado: 08 sep 2018 / 21:36 h.

Los nutricionistas me tienen algo cansado con sus recomendaciones. Está uno acojonado con esto de la alimentación. Cuando los anuncios hablan de productos que supuestamente disminuyen el colesterol, lo hacen a través de unas imágenes informáticas donde se observan unas arterias virtuales en las que se van acumulando unos puntos que –se supone– son la grasa maligna que te va a matar poco a poco sin avisar. Tras ser machacado una y otra vez con tales proyecciones y con esas caras severas de señores que están al borde del colapso porque han pasado la barrera del 200 en el colesterol, cuando me como un trozo de morcilla me imagino esa grasa corriendo por mis adentros y reuniéndose para atorar las paredes de mis venas hasta que ¡boom!, explota una de ellas y al tanatorio a que la gente diga pobrecito mientras yo estoy allí, en la cajita, dentro del frigorífico, con la nariz aguileña y una corona de flores en la que se lee: «Tus morcillas no te olvidan».

Las morcillas y el chorizo son veneno para los nutricionistas. Bueno, yo creo que casi todo lo ven mal porque suelen sacarle punta negra a casi todo, aplicando aquello de que todo en exceso es malo y si no hace pupa por aquí la hace por allá. El caso es sembrar miedo para que vayamos a sus consultas porque este es un mundo de miedosos y melindrosos que cuidan de sus cuerpos una vez que ya hemos perdido el alma con la muerte de Dios y de todas las ideologías que en el siglo XX nos llevaron a la vida y a la muerte que vienen a ser lo mismo: la vida.

Fallecidos los grandes planteamientos existenciales por falta de nutrición cultural y cognitiva, nos hemos centrado aún más que siempre en nosotros mismos, en nuestros cuerpos –por dentro y por fuera–, en esos cuerpos que se tienen que comer los gusanos o que van a quemar en un horno, saltándonos por cierto la cadena alimenticia natural. El móvil, el gimnasio y la dieta son los nuevos dioses, pululan por tanto los centros para el deporte y el baile, las tiendas deportivas donde se ven adminículos asombrosos, y los centros de yoga y sosiegos parecidos. Todo muy divertido para el ojo perversamente viejo y sabio por vejez.

Qué ganas tengo de seguir las instrucciones del principal nutricionista: el cuerpo, y hacer lo que te pida el ídem porque vivir bajo el veganismo y el vegetarianismo es más triste que muchos de sus afiliados. El niño de los garbanzos de Paco Gandía debería ser elevado a los altares y dejarnos ya de tanto miedo al buen yantar que de ese miedo comen bien muchos. ~