El debate de la Bienal es siempre si lo que programa es flamenco o no. Faltaría más que la mayoría de lo que viene no lo fuera. Otro debate es el de la crítica, bastante temida según los artistas, y los aficionados de fuera. ¿Temida una crítica que se moja poco? Habría que hablar claro sobre la tan cacareada crítica sevillana, porque no hay más de dos o tres críticos de verdad. Ni siquiera yo soy crítico de flamenco, al menos en la Bienal, porque no me da tiempo de hacer una crítica a fondo de los espectáculos que veo, uno por día durante un mes, sino una crónica de urgencia. No suelo leer críticas en el festival sevillano, pero leí las realizadas al nuevo engendro de la bailarina Rocío Molina –lo siento, no me atrevo ya a llamarla bailaora–, y no daba crédito. «Un espectáculo no apto para talibanes flamencos», decía un compañero. En otros casos no se mojaron nada por no enfadar a la Bienal o a la artista. O somos serios con el tema o esto irá a peor. Y ya está mal el flamenco, aunque se llenen los teatros. En breve habrá un debate en Sevilla sobre el lamentable estado de la crítica.