Oda a la ‘rampla’

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31 mar 2017 / 23:50 h - Actualizado: 31 mar 2017 / 22:50 h.
"Cofradías","La Azotea"

El diccionario no recoge la palabra rampla, pero tampoco recoge la ensaladilla de la Alicantina, ni el alboroto de los soportales del Salvador ni el olor a incienso que baja por la calle Córdoba en estos días en los que andamos con el alma y los sentidos de estreno, renovando sensaciones de sobra experimentadas, esperando a una ilusión que nos aguarda entre calles, plazas y esquinas, para emocionarnos sorprendiéndonos sin que nadie nos lo advierta.

A Martínez Montañés en su solemnidad pétrea no le molestan las palomas, ni el gentío de la plaza del segundo templo mayor de Sevilla, ni la luz nueva que asoma por entre la Cuesta del Rosario, que en nada será escenario del desfile de todos los que desean vivir durante siete días en la gloria. A él solo lo turba el ruido de los tablones del montaje de la rampla de la iglesia del Salvador, que anuncia de manera oficiosa el entusiasmo con el que media ciudad sueña.

Los niños que fuimos y los que ahora lo son, volverán a ella como vuelven los capirotes a la calle Alcaicería y el pan de torrijas a las cocinas de nuestras madres, como un rito más de esta Cuaresma que aflora como el azahar, el mismo que nos ensancha el alma con su olor, devolviéndonos a aquella infancia que corría entre las húmedas sábanas de las azoteas pegando la cara en su inolvidable fragancia a sol y a ropa limpia, la misma que corría por la rampla por donde desde ayer y en escasos días, bajará la Semana Santa para que de repente nos demos cuenta de que la ciudad ya se ha encargado de devolverlo todo a su sitio, aunque eso el diccionario, lo desconozca.

El diccionario no recoge la palabra rampla, pero tampoco recoge la ensaladilla de la Alicantina, ni el alboroto de los soportales del Salvador ni el olor a incienso que baja por la calle Córdoba en estos días donde andamos con el alma y los sentidos de estreno, renovando sensaciones de sobra experimentadas, esperando a una ilusión que nos aguarda entre calles, plazas y esquinas, para emocionarnos sorprendiéndonos sin que nadie nos lo advierta.

A Martínez Montañés en su solemnidad pétrea, no le molestan las palomas, ni el gentío de la plaza del segundo templo mayor de Sevilla, ni la luz nueva que asoma por entre la cuesta del Rosario, que en nada será escenario del desfile de todos los que desean vivir durante siete días en la gloria. A él solo lo turba el ruido de los tablones del montaje de la rampla de la iglesia del Salvador que anuncia de manera oficiosa, el entusiasmo con el que media ciudad sueña.

Los niños que fuimos y los que ahora lo son, volverán a ella como vuelven los capirotes a la calle Alcaicería y el pan de torrijas a las cocinas de nuestras madres, como un rito más de esta Cuaresma que aflora como el azahar, el mismo que nos ensancha el alma con su olor, devolviéndonos a aquella infancia que corría entre las húmedas sábanas de las azoteas pegando la cara en su inolvidable fragancia a sol y a ropa limpia, la misma que corría por la rampla por donde desde ayer y en escasos días, bajará la Semana Santa para que de repente nos demos cuenta de que la ciudad ya se ha encargado de devolverlo todo a su sitio, aunque eso el diccionario, lo desconozca. ~