Oh, capitán, mi capitán

A los profesionales de la enseñanza no se les reconoce que, cuando llegan los momentos difíciles, suelen anteponer el interés del alumno al suyo propio

17 feb 2018 / 22:56 h - Actualizado: 17 feb 2018 / 21:09 h.
  • Oh, capitán, mi capitán

Desconozco si Aaron Feis, segundo entrenador del equipo de fútbol americano del instituto de Parkland (Florida), habia desayunado con su familia, si tomó café, zumo o pan con manteca de cacahuete antes de dejar su casa en dirección a la cita con el cielo y con la hombría. Yo no sé si este caballero grandote -cuentan las crónicas que bonachón- podía imaginar que tenía una visita ineludible al corazón del último día de su vida. Una jornada más estaba dispuesto a darlo todo por sus chicos, por sus alumnos. Todo.

A esa misma hora, temprano, un asesino, el joven Nikolas Cruz, ya tenía decidida la masacre, meditada. Su corazón, ennegrecido, rebosaba maldad. Estaba ausente el afecto, la benevolencia, la compasión por el prójimo. Nikolas necesitaba matar, estaba dispuesto a provocar dolor extremo y nada podría pararlo.

Ocurrió que ese negro corazón alcanzó su objetivo. Casi una veintena de jóvenes cayeron asesinados por los disparos. Sus cuerpos yacían en los pasillos y en las clases del centro educativo. El fusil AR-15 echaba humo, hirviendo después de la cacería. La mayoría de los cadáveres pertencecían a estudiantes, pero también había docentes en la lista de muertos. Los minutos pasaban como las agujas del reloj del infierno. Entonces el enternador Aaron Feis obsevó que Cruz se dirigía a tres chicas que se encontraban de cara ante el asesino. No lo dudó un instante. El entrenador se colocó delante de las alumnas y avanzó en dirección al fusil haciendo de escudo humano para proteger a las estudiantes aterradas. Nikolas cosió a balazos a Feis, que cayó desplomado, muerto casi en el acto. Ganó el tiempo suficiente. Había logrado que las tres alumnas escaparan en el sentido contrario a los pasos del criminal. Las tres salvaron sus vidas. El entrenador murió en un pasillo del instituto, tirado en el suelo que pisaban a diario los alumnos, en un charco de sangre deramada por ellos.

Hubo más héroes en el centro. Varios profesores lograron esconder y tranquilizar a estudiantes que también salvaron sus vidas porque quienes estaban llamados a enseñarles fueron capaces también de arroparles.

A esta hora, más cerca de ti de lo que crees, hay un profesional de la enseñanza que lleva en la sangre la vocación por tu educación y por tu defensa. Por tu enseñanza, por ofrecerte valores y conocimientos. Respétalo siempre. Piensa si tú serías capaz de ponerte entre tus educadores y las balas, medita si tus valores te dan para ofrecer la vida por alguien que comparte tus días, tus desvelos, tu crecimiento, tu futuro. Ojalá no tengas nunca la necesidad de comprobar que tus profesores son capaces incluso, si llega el caso, de dar la vida por ti.