La presión sobre el diferente ha sido históricamente tan acusada, tan tensa, tan cruel, que en cuanto tuvo oportunidad de reivindicar su diferencia no se quedó en una mera manifestación de la diversidad, sino que alcanzó la condición ostentosa del orgullo, que es algo así como el coraje contenido durante tantos siglos. Orgullosos por haber sido capaces de ostentar ese coraje de generación en generación frente a los iluminados que veían en tales diferencias motivos de persecución.
Orgullo del negro, del gitano, del gay, no porque ser de una raza, de un color o de una tendencia sexual determinada sea mejor o peor, sino porque han sido tantos los negros, los gitanos o los gais perseguidos, avergonzados, machacados, maltratados, expulsados, despreciados y ridiculizados a lo largo de la Historia, la nuestra, que poder por fin decir que uno o una es gay sin problemas, sin tapujos, sin complejos, se convierte en una auténtica fiesta. Hay cosas que no parecen tener la mínima importancia, pero todo depende del contexto; máxime del contexto histórico. Beber agua es una anécdota. Pero que se lo pregunten al sediento de varios días... Pues eso.
Lo digo porque todavía, como cada año, oiremos en los bares la tonta pregunta del millón: “¿Y para cuándo un día del macho ibérico?”. Y tendríamos que contestar que también hoy es el día del orgullo del macho ibérico. Hoy es un día para sentirnos orgullosos todos los que conformamos un país orgulloso de su diversidad, pero ese orgullo ha de transmutarse en reivindicación mientras haya tantas situaciones en las que la anécdota se sigue convirtiendo en drama, o en tragedia.
A estas alturas, de lo que deberíamos sentirnos orgullosos no es de que haya homosexuales entre nosotros, sino de que entre nosotros la tendencia sexual de cada cual no tenga relevancia alguna. Ese es el orgullo del avance. Y el avance del orgullo.