La Iglesia de Pedro soltó el globo sonda y la de Pablo dijo no. Hablamos de la polvareda levantada desde que –hace justo una semana– este humilde recuadrito avanzara en esta orilla los planes del imprevisible papa Francisco. Sí, ese esbozo de Semana Santa a fecha fija que ha retratado nítidamente la altura de miras de más de uno. La medida era chupiguay para vender... las sillas de la Campana. En fin. El plan pasaba por fijar el segundo fin de semana de abril para celebrar la Pascua. En cualquier caso, la negativa de las iglesias orientales estaba cantada y el plan del obispo de Roma parece empezar a mojarse en agua de borrajas. Cambiar por cambiar no es necesario aunque al personal le pirre una novedad que sólo iba a modificar absurdamente un uso inmemorial aceptado eclesial y civilmente. Serán cosas de los tiempos. Sólo hay una certeza: Cristo murió en vísperas de la Pascua judía después de ser apresado mientras oraba en el Huerto de Getsemaní en las tinieblas del Viernes Santo. El Señor fue clavado en una cruz, expiró en la hora nona y en un día de Luna llena. Es por eso, y sólo por eso, por lo que en las madrugadas de Viernes Santo salen a las calles de tantos y tantos pueblos las imágenes de Jesús Nazareno camino de un simbólico calvario. Dejémoslo ahí por ahora. Posiblemente la reflexión sea otra: la desubicación de las fiestas religiosas sólo ha conseguido empobrecerlas.~