Se cierra la última ventana a un tiempo que se fue. Paco, el barbero de la Puerta de la Carne, ha decidido poner el último candado a los cierres de hierro chirriante. Su breve barbería ya era el último bastión de un tiempo que se fue. La edad y algunos achaques de salud no permitían demorar más este cerrojazo que su clientela vivimos como una pequeña traición. Se ha merecido el descanso y hasta la medalla del trabajo. La barbería y su sillón, los frascos de Varón Dandy, el juego de tijeras, las navajas y la pequeña bacina... todo pasará a la historia menuda de este trozo de la ciudad interior que dejó ser pasarela de la Sevilla popular para convertirse en trampantojo de turistas.
Con la barbería de Paco también se cierra la voz de tantas tertulias, la espera de ese breve relax, el espejo de pared a pared, el venerable sillón elevable y la lectura del periódico del día mientras el patrón, invariablemente, adquiría ese cupón que se ha resistido a ponerle rico. Todo había cambiado demasiado y el barbero se había convertido en objetivo de las cámaras de los japoneses mientras menguaba la auténtica parroquia del local.
El universo humano que contemplaba el maestro barbero desde las puertas de cristal ya no tenía nada que ver con aquel barrio populoso de corrales que él mismo conoció en la bisagra de los 50, cuando se iniciaba como aprendiz en la barbería familiar. El próximo lunes ya no se podrá pedir la vez. La Puerta de la Carne se parecerá cada vez un poquito menos a sí misma. Paco, te vamos a echar de menos.