La vida del revés

Padres, madres y adolescentes o el horror insoportable

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03 ene 2019 / 08:16 h - Actualizado: 03 ene 2019 / 08:19 h.
"La vida del revés"
  • Foto: Manuel Gómez
    Foto: Manuel Gómez

Un adolescente es, en sí mismo, un problema o la causa de alguno. Es una bomba de relojería hormonal y eso resulta incontrolable, incomprensible e irresoluble.

Un adulto que tenga que convivir con un adolescente es, en sí mismo, un problema o la causa de alguno. Los adultos olvidamos con gran facilidad nuestro pasado y procuramos evitar tener que enfrentar problemas de adolescentes. El resultado es que todo lo que hace o dice un adolescente nos parece cosa de aliens peligrosos.

Esto, dicho así, suena fatal. Efectivamente, suena de pena. Sin embargo, esta es la conclusión de un padre que ha pasado dos adolescencias y sufre otras dos en estos momentos (además, se inaugura el marcador de adolescencias femeninas). Eso en casa. Si cuento sobrinos o hijos de amigos, las cifras me dan vértigo. Es decir, que creo saber algo sobre el asunto y he tenido oportunidad de sacar algunas conclusiones.

La relación entre padres y adolescentes es un auténtico desastre. Los pocos que se libran se pueden sentir afortunados porque la cosa no consiste solo en bobadas que tienen que ver con los horarios de salidas y entradas o con el largo de la falda. Todo se puede complicar y no es raro encontrar padres que han perdido el control y se instalan en el territorio de la desesperación. Lo normal es vivir la experiencia con desesperación, sin paciencia alguna, con nerviosismo. Los adultos se convierten en máquinas de no comprender. Los adolescentes en máquinas de crear situaciones absurdas e insoportables.

Un adolescente es un ser humano que intenta comprender qué demonios le sucede a él y a todos esos que le rodean impidiendo que sea lo que realmente es. Intenta hacer un dibujo del futuro y no sabe por dónde empezar aunque tampoco alza la mano pidiendo ayuda. La falta de libertad, lo que él cree que es esa falta de libertad, le aplasta, le mata poco a poco. El adolescente cree poder dar respuesta a cualquier cosa que le incumba. Que eso sea cierto o no es otro cantar. Claro, esto es el gran problema del adolescente. No se puede creer que la autosuficiencia es algo innato y un adolescente lo piensa desde la mayor de las convicciones. No se puede renunciar a la ayuda necesaria si se quiere progresar. Ahora bien, este es un problema que se cura con el tiempo. Un día te levantas hecho un gilipollas y decides enfrentarte al mundo entero. Y a los dos años vuelves a ser sensato, una persona con capacidad reflexiva y capaz de mantener una conversación normal con un adulto.

Por su parte (por nuestra parte), los adultos, los padres y madres en concreto, dedicamos todas nuestras energías a resolver la vida de nuestros hijos adolescentes, a ordenar una realidad ajena que no comprendemos y que terminamos convirtiéndola en una sucursal de lo que soñamos que sean nuestros hijos. Los adultos contestamos las preguntas que un adolescente se plantea como si eso fuera necesario y saludable. Los adultos damos el coñazo a los adolescentes con lo que tienen que estudiar, con lo que tienen que leer, con lo que tienen que pensar, con cómo deben pensar en su futuro. Somos unos torpes egoístas convencidos de poder elegir por ellos. Es decir, somos y hacemos todo lo que detestan los adolescentes.

La convivencia en las casas en las que se encuentras padres, madres y adolescentes, es compleja. Los campos de batalla nunca fueron un buen sitio en el que vivir. Me encantaría tener la solución a este problema. No la tengo, ni siquiera la intuyo. No existe. Los psicólogos ayudan; los que han (hemos) pasado el trance ayudan (ayudamos) aunque solo sea por ser un enorme pañuelo en el que secarse las lágrimas. Pero no hay solución.

Lo único que me ha funcionado a mí ha sido irme a dar una vueltecita de media hora antes de liarla, o hacerme el muerto un poquito. Si algún adolescente lee esto que se apunte a lo del paseíto o a lo de parecer lelo mirando a un punto indeterminado del horizonte antes de liarla. No hay otra.