Palabras

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03 jun 2017 / 07:59 h - Actualizado: 03 jun 2017 / 07:59 h.

Hay quienes sostienen que no se pueden usar palabras que no estén en el diccionario de la RAE. Se están perdiendo lo mejor de la lengua: jugar con ella; crecer, cambiar, evolucionar, vivir, desdramatizar con ella, abrirla como los niños abren y destrozan sus camioncitos de juguete por el simple gusto de verles las tripas. Esa obra no está para promulgar qué se puede decir, sino para consolidar (o no) lo que se dice. Que es muy distinto. Si no inventáramos palabras –correctamente constituidas, por supuesto, pero inventadas–, si no cambiáramos lo que decimos al tiempo que muda lo que pensamos, si no dispusiéramos de un vocabulario vivo presto a ocupar su lugar en el tiempo, todavía seguiríamos hablando como en las Cantigas de Santa María y continuaríamos creyendo y pensando todo lo que se creía y se pensaba entonces. Porque pocas cosas hay tan ciertas –tres hurras por Wittgenstein– como que los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestro mundo. Es curioso: los mismos que defienden la sumisión absoluta a los mandatos de dicho diccionario repudian, paradójicamente, los cambios que el mismo introduce y cuantas correcciones ortográficas y gramaticales va estableciendo la Academia. Cuando servidor era chico, junio se escribía con mayúscula inicial y a fui se le ponía una tilde como una casa. Me pregunto hasta cuándo seguirán algunos tildando el adverbio solo y los pronombres este y esta. ¿Hasta que sea ridículo, quizá? Heráclito, que era un tío tan limpio que nunca se bañaba dos veces en el mismo río, dejó claro que la ausencia de cambios es la señal más sospechosa de ausencia de vida. Desde cuándo pensamos lo que pensamos. Desde cuándo creemos lo que creemos. Para lo que somos hay una palabra. Y está en el diccionario.

Marte Rodrigor labzgadoo.