Parece haber llegado el tiempo de los imbéciles. Se mueven como pez en el agua en esta feroz dictadura de lo políticamente correcto en la que la razón no está ni se la espera. El pensamiento único se monta sobre dogmas que, de alguna forma, han levantado una nueva religión laica que cuenta con su propia inquisición. Es terreno abonado para los necios y correveidiles. Aprenden como papagayos tres o cuatro consignas que les sirven para moverse como pez en el agua en esta corte de los milagros que insulta a la inteligencia. Nada cambia, pero todo se reinventa.
Es el caso de la historia, si hace falta escribirla de nuevo, se escribe. Pero el daño que se está haciendo en las aulas desde la más tierna infancia es imperdonable. Los sucesivos y fracasados planes de educación solo persiguen un adoctrinamiento que, a la larga, se convierta en la plataforma de un nuevo orden. Estamos aguantando impasiblemente un nefasto bombardeo ideológico de consecuencias inalcanzables. Así nos va, mientras nos entretienen con los huesos de uno u otro general al que, a la postre, solo se ha conseguido resucitar.
Es valentísimo luchar contra un dictador que lleva cuarenta y tres años muerto. Y que murió en la cama. Quizá es la única forma de encontrar la legitimidad en un gobierno legal en lo jurídico pero moralmente reprobable. El personal empieza a quitarse las caretas: se trata de derrumbar el edificio de la transición, abolir la monarquía y desmembrar este hermoso trozo de tierra que aún se llama España. Cuidado...