Las selecciones nacionales de fútbol se crearon para el goce patrio de los respectivos ciudadanos de cada país. Eso hoy, al menos en el nuestro, se está diluyendo. Tonterías políticas por un lado y pamplinas deportivas por otro, al final resulta que ver un partido de España se está convirtiendo en un recital de pitos a Piqué. ¿Merecidos? Pues en mi modesta opinión, sí.
Piqué tiene todo el derecho del mundo a decir lo que quiera, faltaría más, pero los jugadores no pueden ser tan cortos de mente para obviar que te darán caña por lo que digas o hagas cuando se salga de madre. Pero Piqué no es el único. Sergio Ramos también ha dedicado cantos a los rivales en las celebraciones, como tantos otros. En primer lugar, acordarse del rival es darle importancia, cuando no la tiene. No mayor ofensa que ignorar a alguien. Recordarlo, aun en la victoria, es agrandar al enemigo.
Hay futbolistas a los que no se les puede pedir más, pero a otros sí. Y en la Selección debía de haber un código ético de respeto y comportamiento hacia los rivales.
Creo que Del Bosque debía exigir a sus futbolistas dejarse de líos innecesarios, porque el marrón va para el ambiente en la Selección. Concordia y paz, o sofá y televisión. En el puesto van las reglas. Ahora resulta que hay que ir cambiando estadios y fastidiando a la afición para que no se le pite a Piqué. Es como si tu hijo se comporta como un sieso en casa de los abuelos y la solución es no llevarlo allí, en lugar de darle un cosqui al niño. ¡Qué país!