Plaza del Cristo de los Gitanos

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20 jul 2017 / 22:21 h - Actualizado: 20 jul 2017 / 22:21 h.

Dicen que si hay un lugar desde el que se atisba felicidad este es la terminal de llegadas de un aeropuerto y cierto que así sea, especialmente en Navidad, quizás reforzado porque viajar es un hecho incierto cual antaño.

Hoy quiero hablarles de Sevilla y de una plaza en la que deslumbra un intenso color amarillo.

Se trata de la que rodea la iglesia de la Hermandad de los Gitanos, un amplio espacio en el que no hay madrugada que se ahogue sin que alguien se postre ante los dos imágenes que visten su frente. En la que no hay sol que claudique sin una saeta al Nazareno. Ocurre todos los días. Alguien de aspecto que separa, se acerca a los dos azulejos, el de Cristo y el de las Angustias; la misma que saludara la Macarena en su coronación, mientras yo sigo imaginando Suspiros de España por el parque de María Luisa.

Y levemente entona la misma saeta a Manué que una vez cantara el de la Isla.

Y entonces me sucede. Que donde asoma alguien de aspecto extravagante, veo a Camarón; y veo al Niño Gloria, que evocara Romero Murube; y veo a Lorca dedicándole el Llanto por la muerte de Sánchez Mejías. No hay instante en que no mire en ellos a Niña de la Alfalfa en 1932, cantándole a La Estrella. Los veo a todos...

Sucede que no entonan para nadie; soy yo quien irrumpe en un instante que sólo a ellos pertenece. No aguardan aplauso alguno. Sólo cantan para Él.

En distintos momentos, son otros quienes se paran y arrodillan. Estos no destilan arrullo. Llegan a la misma altura. Los veo llegar y quebrarse. Después siguen su camino en otro perfil de aire.

Otros días, un torbellino me sorprende. Levanta lentejuelas y serpentinas rojas como si derribara caballos.

Es lo que sigue a otro de los momentos imperdurables y no menos ambarinos de ese palenque. No hay día que alguien no jure amor eterno precediendo una luna de miel. Un él o ella que no pronuncie palabras de amor ciego. Y rara vez en la que en esa luz interrumpida de arroz no irrumpa un coro o tuna que despida a los novios hacia el destino de una vida sin nombre legible.

Es esta plaza pura sevillanía. Laberinto de instantes en el que uno puede dejarse caer con los brazos abiertos, sin miedo a ese abismo acechante. Un momento en el que el tiempo se para, mientras alivia mi soledad un niño que se extasía ante el gozo de vivir; él también es respiración de todos los que me precedieron. Los veo a todos... ~