Poli bueno, poli malo

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07 oct 2017 / 19:14 h - Actualizado: 07 oct 2017 / 19:18 h.

«Colabóreme, señor» –decía el policía que los había parado en mitad de la carretera en una zona remota. No estaban muy seguros de qué quería, pero pronto se percataron de que los chantajeaba para que le dieran una cantidad de dinero a cambio de dejarlos seguir su camino. La situación y las características del país aconsejaban no batirse en defensa de la legalidad, así que le dieron su mordida y continuaron el viaje.

En otra ocasión, con diferentes protagonistas y en otro país, la situación fue más elaborada: un ciclista aparenta estar esperando algo en el arcén de una pista solitaria y, justo en el momento en que se acerca el coche de los turistas, hace amago de cruzar y se tira al suelo en mitad de la carretera. Inmediatamente y sin saber de dónde, empiezan a salir testigos del atropello y acto seguido un patrullero de la policía surge de entre los zarzales que bordean el camino.

Estos viajeros fueron menos resolutivos, porque pasaron una noche en un sucio calabozo tras tratar de demostrar que ni siquiera habían tocado al de la bici, que por cierto iba cargada de gallinas. Entre las gallinas, las versiones a gritos de los testigos y las fuerzas del orden proponiéndoles un trato en un idioma ininteligible, aquellos tres amigos no supieron zanjar el asunto y terminaron en comisaría, donde un intérprete, que con seguridad también participaba del plan, finalmente logró un acuerdo: una cantidad sustanciosa de dinero para dejarlos libres y que todos quedaran contentos. Bastante sustanciosa, ya digo, porque eran muchos a repartir. Tras la experiencia, esos amigos adelantaron su regreso a España jurando no volver a poner los pies en ese destino.

A alguien le puede parecer anecdótico, pero les aseguro que no tiene ni pizca de gracia. Y si eres mujer y en ciertos contextos, mucho menos. En similares circunstancias, una amiga soportó, en una comisaría de un país en desarrollo, un vergonzoso cacheo por parte de un policía y las groseras risotadas de sus compañeros. Por no herir susceptibilidades y porque las generalizaciones siempre son injustas, voy a omitir el nombre de los países donde ocurrieron los hechos que he relatado, que no obstante son rigurosamente ciertos. En gran parte del mundo en vías de desarrollo los abusos y la corrupción policial son un problema serio que compromete la seguridad y la libertad de estos países. Por supuesto que no estoy diciendo que en esos lugares no haya policías honestos y que en el mundo occidental no tengamos ningún garbanzo negro, pero es una cuestión de cantidad.

Por eso, y sin ningún sesgo ni patriotero ni político, quiero hoy señalar la tranquilidad de vivir en un país con una policía en la que se puede confiar. Una policía a la que acudimos cuando tenemos un problema y nos responde con un arraigado espíritu de servicio público, improntado y asumido durante décadas de aprendizaje democrático. El acoso y las descalificaciones que están sufriendo los cuerpos de seguridad del Estado en Cataluña constituyen un gran error y una tremenda injusticia. ¿Fascistas? Qué sabes tú lo que es un fascista. ¿Asesinos? ¿Fuerzas de ocupación? Esos insultos no pueden estar fundados más que en la ignorancia y la intransigencia.

¿Qué pensarían que iba a hacer la policía, que para eso está, ante tamaña resistencia a la autoridad y a las leyes? ¿Quedarse quieta? Incluso admitiendo que las órdenes que recibieron fueran un error, ¿para qué creían los catalanes que iba la policía a los colegios de votación, a poner orden en las colas? Yo no sé ustedes, pero a mí me dice la policía que me quite y me quito, me pide que me desvíe con el coche y me desvío... a ver si es que eso no es una norma fundamental de la democracia. Quizás esté equivocada, porque los únicos polis malos que me vienen a la mente están muy lejos de aquí.