¿Por qué tomamos hoy las calles las mujeres en Europa?

El clamor es más fuerte que nunca porque hoy las mujeres nos sabemos acompañadas y porque nos vemos reconocidas en un movimiento de sororidad de escala global cada vez mejor articulado

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08 mar 2018 / 08:42 h - Actualizado: 08 mar 2018 / 08:44 h.
"Tribuna"
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Por Ruth Rubio Marín, profesora de Derecho Constitucional en la Universidad de Sevilla y miembro de Economistas Frente a la Crisis.

Las mujeres europeas, como las del resto del mundo, tomamos las calles hoy para decir: «¡Basta ya!». Si, hasta ahora, este grito se oía siempre con relación a alguna de las lacras que de forma específica pisotean los derechos de la mujer, como la violencia machista, ahora la protesta articula su cansancio y hastío con un sistema que históricamente, en su conjunto, y hasta fecha de hoy, las sigue oprimiendo.

El clamor es más fuerte que nunca porque hoy las mujeres nos sabemos acompañadas, no porque seamos mayoría numérica, siempre lo fuimos, sino porque nos vemos reconocidas en un movimiento de sororidad de escala global cada vez mejor articulado y, sobre todo, porque somos conscientes de que por fin el feminismo se ha puesto de moda, y los que tienen que justificarse son aquellas personas que dicen no ser feministas. Ser feminista ha dejado de ser en el imaginario popular colectivo sinónimo de mujer frustrada, agresiva, bollera y/o poco agraciada físicamente (vulgarmente, una «mal follá»), para pasar a ser algo de sentido común, es decir, una persona que reivindica que su ciudadanía o la de su pareja, hermana, hija o madre, no sea de segunda clase. Son también cada vez más los conversos y los hombres feministas que salen del armario para encontrar, ahora sí, formas de masculinidad socialmente aceptables y compatibles con su ser feminista, es decir, igualitario.

La filósofa política Iris Young definió como opresivo cualquier sistema que redujera el potencial de las personas para ser plenamente humanas, ya fuera porque las tratase de una manera deshumanizada, o porque les negase oportunidades que les permitieran alcanzar su pleno potencial humano, tanto mental como físico. Según Young, la opresión tiene cinco rostros, a saber: la violencia, la explotación, la marginación, el desempoderamiento y el imperialismo cultural. La mujer europea tiene razones para reconocer en su existencia esos cinco rostros, sin servirle de excusa que sus hermanas en otras esquinas del planeta alcancen cotas mayores de opresión.

Empecemos por la violencia. En Europa una de cada tres mujeres ha sufrido violencia física y/o sexual, lo cual supone un total de 59,4 millones de víctimas, de las cuales nueve millones de mujeres violadas desde los 15 años. Entre el 45 y el 55 por ciento de las mujeres en Europa ha sufrido acoso sexual y el acoso cibernético va camino de convertirse en una nueva tendencia, especialmente entre los jóvenes. ¡Basta ya!

Explotación y marginación: el porcentaje de mujeres empleadas sigue estando en un 65,5%, frente al 77,5% del empleo masculino. Entretanto, los hombres que trabajan dedican sólo nueve horas semanales a tareas y otros cuidados domésticos no remunerados, en comparación con las 22 horas que dedican las mujeres siendo en todo caso gran parte de la carga del cuidado de hombres y mujeres desplazada sobre otras mujeres, migrantes, racializadas y de clase social inferior. Entre las personas empleadas, sabemos que por cada euro que los hombres ganan, las mujeres, incluso en el mismo puesto de trabajo y con el mismo nivel educativo, obtienen sólo 84 céntimos. La segregación ocupacional concentra a las mujeres en los sectores menos lucrativos y un 32 por ciento de mujeres (frente a un nueve por ciento de hombres) trabajan a tiempo parcial para poder conciliar en solitario o porque no hay opción. Las desventajas se suman y la diferencia de ingresos resultante acaba siendo del 37 por ciento y ello sin contar con las mayores fuentes de riqueza, los recursos derivados de activos financieros o bienes inmuebles, sobre los que carecemos de información desglosada en función del género. Las desventajas se arrastran hasta la vejez, existiendo una diferencia de un 38 por ciento de media entre la pensión recibida por un hombre y la que recibe una mujer y siendo así que un tercio de las mujeres no recibe pensión alguna viéndose abocada a la pobreza. ¡Basta ya!

El desempoderamiento es el cuarto rostro de la opresión. Las mujeres todavía representan menos de una cuarta parte de los miembros de los consejos de administración de las empresas que cotizan en bolsa en los Estados miembros de la Unión, donde sólo en cuatro países (Francia, Italia, Finlandia y Suecia) las mujeres superan el 30 por ciento de representación. En los parlamentos y gobiernos nacionales la representación de la mujer alcanza sólo el 28 por ciento de promedio. La proporción de mujeres en el Parlamento Europeo alcanza ahora su cota más alta, sigue estando en el 37 por ciento, a 13 puntos aún de la paridad. La Comisión está integrada por 19 hombres y sólo nueve mujeres; únicamente el 21 por ciento de los jueces del Tribunal de Justicia son mujeres; y el consejo de gobierno del en el Banco Central Europeo que sigue compuesto por 22 hombres y tan sólo dos mujeres. ¡Basta ya!

La última forma de opresión es el imperialismo cultural. En esencia, la injusticia de género radica en el androcentrismo, que no es más que un patrón institucionalizado de valoración cultural que privilegia los rasgos de la masculinidad al tiempo que devalúa todo lo que se presenta en clave femenina. Pensemos, por ejemplo, en la infravaloración del valor social del trabajo de prestación de cuidados, absolutamente imprescindible para la reproducción de la especie y, por lo tanto, para sostener la economía y la sociedad de mercado. Junto al androcentrismo, las mujeres en Europa están sujetas a otras formas de imperialismo cultural siendo así que la heteronormatividad y formas religiosas y étnicas de imperialismo también limitan sus opciones de vidas. Es decir, que si una, además de ser mujer, es mujer de etnia gitana, lesbiana, transexual, inmigrante y/o musulmana verá entonces cómo las discriminaciones interaccionan y se retroalimentan para resultar en algo más que la suma de las partes.

Por todo ello y mucho más las mujeres y muchos hombres feministas tomamos hoy las calles de Europa, y del resto del mundo: ¡Basta ya!