Por una nueva cultura política

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23 jul 2016 / 19:31 h - Actualizado: 24 jul 2016 / 09:22 h.

Una de las carencias que se está poniendo en evidencia en este inquietante proceso de investidura de Mariano Rajoy es la falta de una cultura favorable al consenso y al diálogo. Esta circunstancia hace materialmente imposible el establecimiento de pactos o acuerdos parciales que fijen una mayoría mínima de gobierno que contribuyan al desbloqueo en el que nos encontramos. Aquel que ose a fijar un entendimiento con el adversario es demonizado de inmediato cuando no criminalizado hasta el punto de que, lejos de reconocerle el mérito de resolver un entuerto de difícil salida, es sometido a todo tipo de críticas y vejaciones. El coste político y social está más que asegurado, de ahí que sea verdaderamente penoso, para aquellos que así lo decidan, cerrar acuerdos de gobernabilidad. Y lo cierto es que no debería ser así, sobre todo, si se tiene en cuenta la experiencia que se vive en ayuntamientos y comunidades autónomas donde se fijan alianzas de todo tipo para asegurar la estabilidad y el manejo de las distintas instituciones. Pero unos y otros han de pagar un alto precio por ello. Ahí está el caso más reciente de Andalucía, donde Ciudadanos puso fin a un infame parón que duró más de 80 días alcanzado un acuerdo de investidura en favor de la socialista Susana Díaz como presidenta de la Junta. Con luz y taquígrafos, con compromisos muy concretos a desarrollar. Pues bien, los han tenido que tener muy bien puestos en esta formación para aguantar la que les ha caído encima a raíz de este paso dado, además, sin trueque alguno de determinados sillones, para más inri. Precisamente, muchos de los que ahora se quejan de esa falta de clima favorable a la confluencia son los que cuando se logra, si no son de su gusto, arremeten duramente contra los que lo hacen posible. Así que debería ser misión de todos, tanto de partidos políticos como de interlocutores sociales y hasta de los propios medios de comunicación, contribuir a desdramatizar, que no desnaturalizar, el escenario y a propiciar, en definitiva, plataformas de encuentro que den salida a problemas como en el que ahora estamos inmersos. Sin embargo, todo hace indicar que ya es demasiado tarde. El enconamiento es tal que se aventura una muy difícil solución sin visos, además, de una resolución del conflicto de la manera menos dañina posible, no ya para los partidos políticos, sino para los ciudadanos en general que son los que, al final, se llevan la peor parte. Y es que la realidad es terca y da pocas, por no decir que escasas, razones para el optimismo y para pensar que se abre una nueva forma de hacer y entender la política. De eso nada. Ahí está, sin ir más lejos, otra deficiencia que contamina y corroe la discusión pública como resulta ser esa doble vara de medir que algunos esgrimen sin el más mínimo recato, pase lo que pase. Lo último ha sido el mal llamado caso de los Cursos de Formación en Andalucía. Como si aquí fuera el único sitio en donde se han registrado tropelías por algunos avispados para sacar provecho propio. A pesar de los reiterados pronunciamientos desinflando el supuesto escándalo por parte de juzgados, fiscalías y hasta del mismísimo Tribunal de Cuentas de España, dictando que aquí no ha habido menoscabo de dinero público ni delito alguno, se aferran a un atestado de la Guardia Civil en sentido contrario como si fuera un clavo ardiendo. En el fondo, se entiende tal empecinamiento. Después de todo lo que han liado no van a tener más remedio que atarse a esas sospechas para que no se les derrumbe todo un discurso y con el que ha arrastrado al barro no sólo al buen nombre de Andalucía sino, también, el de honorables funcionarios, servidores públicos que han dado lo mejor de sí en favor de su tierra, así como de modestos dirigentes provinciales y sindicalistas han recibido un trato humillante propio de los más abyectos criminales. Es verdad. Nos queda mucho por hacer para propiciar una nueva cultura política más sana, reñida sí, entre contrincantes, pero limpia y desprendida de comportamientos míseros que lo único que hacen es lastrar la vida política y, por tanto, la de todos.