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15 may 2015 / 21:30 h - Actualizado: 16 may 2015 / 10:36 h.
"Cofradías"

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Cuando en la mañana del domingo Manolo Domínguez del Barco se ajustó su reloj seguro que estaría muy lejos de adivinar que el adagio latino iba a cumplirse. Todas las horas hieren —y dejan cicatrices más o menos visibles—, pero sólo una, la última, nos mata. Y ésta, cuando viene a llevarse al amigo, también nos mata un poco a cuantos compartimos con quien se va tiempo e ilusiones. Buscaba palabras que explicaran la desazón que deja en el alma la desdicha y Baroja me ofreció las suyas: «Casi siempre el acontecimiento es traidor e inesperado. ¿Quién lo puede prever? Aun contando con la casualidad, es difícil; sin contar con ella, es imposible. Se cree a veces dominar la situación, tener todos los hilos en la mano, conocer perfectamente los factores de un negocio, y, de repente, surge el hecho nuevo de la oscuridad, el hecho nuevo que no existía, o que existía y no veíamos, y en un instante el andamiaje entero levantado por nosotros se viene a tierra, y la ordenación, que nos parecía una obra maestra, se convierte en armazón inútil y enojoso.» Ahora, sólo nos queda el consuelo de que unas manos de nácar lo habrán conducido a la presencia del Padre y, cuando Éste le haya preguntado por cómo quedan las cosas aquí abajo, Manolo habrá respondido con su incansable optimismo: «Todo estupendo, maravilloso...»; y entonces, el Cristo de las Penas, esbozando una sonrisa, lo habrá sentado a su derecha. ~